La fiesta del deporte comenzó este viernes en París, los Juegos Olímpicos 2024. La primera ceremonia inaugural que disfruté fue la de Montreal en 1976, pero las que más recuerdo son la de Moscú con sus pizarras humanas que se convirtieron en tendencia y la que todavía me emociona cuando la veo, la de Barcelona, cuando el arquero Antonio Rebollo lanzó la flecha ardiente para que finalizara su viaje en el pebetero, en un alarde de precisión y destreza.
En las gradas estaban Juan Carlos I, quien brindó gran apoyo a este proyecto; la reina Sofía y la emocionada infanta Elena, quien no pudo contener las lágrimas al ver a su hermano, el hoy rey Felipe VI como abanderado del equipo español.
Este ejemplo de la importancia del deporte para las casas reales se ratifica en la edición de 2024 con la presencia de muchos de ellos en París.
En el pasado, monarquías y aristócratas vivieron el deporte como una virtud y en aquellos días ser amateur era una condición sine qua non para participar en los juegos olímpicos, por lo que eran reyes y príncipes quienes contaban con las facilidades para hacerlo.
Por eso encontramos a Constantino II de Grecia como uno de los campeones de su tiempo. En 1960 subió al podio romano para recibir el oro en vela (clase Dragón).
Harald, actual rey de Noruega, llegó a competir en tres ediciones olímpicas. Tomó el testigo de su padre, Olaf, quien pudo atesorar una presea dorada en vela. A Harald le correspondió ser abanderado de su país en las competencias de Tokio.
La princesa Ana de Inglaterra fue la primera de su familia en participar en estos juegos y lo hizo con un caballo de la reina Isabel II. Años más tarde, su hija Zara Tindall, repitió la hazaña y obtuvo medalla de plata, emulando a su padre, Mark Philips, coronado campeón olímpico en 1972.
Pero también el deporte ha sido el motivo para ganarse un título nobiliario. Ejemplo de ello fue Juan Antonio Samaranch, quien presidió el Comité Olímpico Internacional durante 21 años, por lo que es considerado el más famoso. Su desempeño le valió el título de marqués de Samaranch, concedido por Juan Carlos I.
Las nuevas generaciones de royals parecieran no sentirse atraídas por las contiendas deportivas, actividades que están en su agenda, pero no con el ánimo de competir con esa élite de deportistas que muchas veces les roban protagonismo y siempre son noticia.