Cuando aún te amabas y le prometías al sol guardarlo en la palma de tu mano, desafiabas a las vocales informes a flotar entre las líneas inciertas de tu cuaderno, aunque en secreto sabías que nada era lo que pensabas que podía ser.
Cuando todavía te amabas y sin darte cuenta, desconfiabas de la mirada que se veía a través de tus ojos, cedías, seguro de que las certezas que los demás te ofrecían serían el refugio donde encontrarías el sol que prometiste guardar algún día. Entonces, entre tantos miedos inconfesables, trazaste caminos en el horizonte donde las vocales, sintiendo el miedo que sujetaba tus pies, nunca te dejaron recorrer.
Cuando aún dudabas de ti mismo y estabas confundido por el polvo que se convertía en barro a cada paso que dabas, recordaste que en secreto sabías que nada es lo que pensabas que podía ser. Y ligero, muy ligero, como si tuvieras el sol en la palma de tu mano, rechazaste el refugio ofrecido y volviste a desafiar las líneas inciertas de tu cuaderno.