Yo creo que el amor no solo se prueba en las malas, también en las buenas. Porque la vida es un continuo, como el Bolero de Ravel, o el Hey Jude de los Beatles. Pero el amor también tiene el desafío de enfrentar las aguas estancadas y las encrespadas. Los sinsabores, los problemas graves, las dificultades y, también, las catástrofes, son situaciones límite. Y la vida suele sorprendernos, para mal, superando con creces nuestra capacidad para imaginar los problemas.
Pero, a la hora del té, se trata de lo cotidiano. Una pareja está junta porque quiere y porque se quiere. No porque tenga obligaciones contraídas. La verdad es que, puestos a escoger, una pareja que se ama de verdad, no tiene que sentarse a pensar en el debe y el haber. El amor es su ruta y también su destino. No se trata de si una pareja se lleva bien. Eso de “sin un sí, ni un no” no es más que una frase hecha. Diferencias siempre va a haber. Es más bien por los “sí” y con los “si” y a pesar de los “no”, de la fatiga, del aburrimiento, que una pareja permanece junta.
Es un constructor de marketing eso de “nos acabó la rutina”. Con ese concepto se venden cientos de productos. Es una industria.
Una persona tiene que amar a su pareja, pero también le tiene que gustar, vertical y horizontalmente. Y la pasión no se acaba, se remodela, se reescribe. Amar es un arte. Sin manual de procedimientos.
En la obra “Violinista en el tejado”, hay un momento en que él le pregunta a ella (cantando): “¿Tú me quieres?” (Do you love me?)
La escena es una joya de la lógica. Les invito a escucharla.