El sobrino de Manolo acababa de participar en el show de “Niños & Fogones” en el que criaturitas muy simpáticas se trasmutan en pequeños Mefistófeles haciendo lo que sea necesario para ganar el “Tenedor Dorado” que los acredita como futuras promesas de la gastronomía.
En realidad, la participación del sobrino fue más efímera que una burbuja en el agua hirviendo porque en la segunda ronda fue descalificado. Por supuesto, según la madre del prodigio, había sido todo un complot contra su querubín que ahora había perdido las ganas de vivir.
Y allí estábamos Manolo y yo frente a sendos platos de “Macarrones al aroma de hinojo con hojuelas de trufa deshidratada” para que diéramos nuestro veredicto y la madre confirmara su opinión acerca de la injusta descalificación.
El niño nos veía comer sin demasiadas esperanzas y tenía razón, pero aún así dejamos los platos vacíos. Al final, la hermana de Manolo, el sobrino y yo mirábamos tensos a quien se había convertido en gran Juez.
Mi sorpresa no pudo ser mayor que cuando Manolo le dijo a su sobrino: “¡Me has hecho muy feliz!”. El niño casi lloraba, la madre lloraba y el que más lloraba era yo porque el plato era incomestible.
Mientras buscábamos un lugar donde tomar un café, Manolo reconoció que la comida había sido una calamidad, pero eso no le daba derecho a nadie a descalificar. Es probable que el sobrino nunca llegara a ser un chef, pero ninguno debe arrebatarle la ilusión de hacer felices a quienes coman su comida que, sin duda, puede ser mucho mejor. Tampoco se pueden alimentar falsas ilusiones fue mi argumento, pero Manolo estaba en otra cosa.
Lo que más le preocupaba es que en vez de alimentar la ilusión de los niños con conocimientos por algo tan bonito como cocinar, esos programas se dedicaran a convertirlos en competidores vulnerables al desencanto en aras de que haya un ganador.
─ Aún así ─ le dije ─, creo que fue exagerado decirle que te había hecho muy feliz.
─ Le dije la verdad.
Como Manolo se dio cuenta de que no le creía, me explicó que lo que le había hecho feliz era haber hecho feliz a su sobrino.
─ Al fin y al cabo, eso es lo único que importa ¿verdad?
Y me dejó ahí.