¿Quién lanzó el calificativo, por llamarlo de alguna manera?, fue una diabla. Una estudiante de primer año de secundaria o bachillerato, que cursó primaria en un colegio de monjas exclusivo para niñas. Es una adolescente, muy bien portada, más bien tímida, educada, católica practicante, de las que asisten a misa dominical con toda la familia a escuchar a su tío sacerdote oficiar la Misa.
¿A quién se lo dice? A la profesora de Historia de Venezuela, quien no sé cómo se oyó expresando opiniones negativas acerca de la iglesia católica y de las religiones en general.
La profesora era soltera, amiga (decían las malas lenguas que novia) de un profesor de los cursos superiores que era comunista, ergo ella también era comunista.
La profesora era muy respetada y estricta, y desafiando las costumbres de la época, había creado un colegio mixto, es decir para varones y hembras; como dato curioso le había puesto el nombre de una santa, patrona de la ciudad (¿no y que era comunista, atea?).
La niña, a pesar de su timidez y retraimiento, no se pudo contener y en plena clase y a oídas de todo el alumnado y de la docente, por supuesto, le espetó el improperio en su cara.
En un primer momento la profesora se sorprendió, quizás no esperaba una reacción de esa naturaleza de uno de los alumnos y continuó con sus argumentos pero esta vez en una tónica menos virulenta.
Sin embargo, cuando todos esperábamos una respuesta contundente por parte de la profesora, dada su fama, esta terminó su clase y aquí no ha pasado nada.
La profesora no polemizó con la estudiante, no solicitó ningún tipo de sanción para la alumna, por lo que parecía una falta de respeto y ni siquiera la mandó a la Dirección, que al fin de cuentas era un saludo a la bandera.
Creo que con su actitud dio una clase magistral de docencia. No debía, y no lo hizo, engancharse en una discusión estéril con la adolescente.
Eso es lo que nos pasa a veces, que nos enganchamos en discusiones que no llevan a ninguna parte y en la mayoría de los casos crean irritabilidad por no decir enemistades.
De política y religión no se debe discutir porque ambas ideas están matizadas por el afecto y eso irracionaliza el debate. Vale de ejemplo ¿quién convence a un ateo de la existencia de Dios? y viceversa, ¿quién convence a un creyente de la inexistencia de Dios?.