Gente que Cuenta

El diablo y la botella, por José Manuel Peláez

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Scott Bergey,
Todos y luego alguna parte, 2020

Entré al café favorito de Manolo, tropecé con el camarero sin pedirle excusas y derramé el café de mi amigo al sentarme en su mesa.

─ ¡Te juro que mataría a alguien! ─ expresé con una vehemencia que poco alteró al calmado Manolo, ocupado en mirarme en silente reclamo ─. Bueno, Manolo ¡es una forma de decirlo… una metáfora! ─ traté de explicarme. Pero Manolo seguía mirándome con su mejor cara de border collie al acecho del próximo movimiento de la oveja.

La oveja, o sea yo, le conté que fui a hacer un trámite, me coloqué al final de una larga fila que desembocaba en INFORMACIÓN GENERAL, donde un funcionario me dirigió de inmediato a la taquilla 14. Allí me aguardaba, amorosa, una fila aún más larga y que me enfrentó a un nuevo funcionario quien me redirigió a la taquilla 17 porque allí atendían a los menores de 40 años, la 14 era para mayores de 40: “El siguiente”.

Como no podía ser de otra manera, la taquilla 17 estaba más congestionada que las anteriores, pero, esperanzado en que ese era el final de mi Vía Crucis hice OMMMMMMM. Inútil intento de calma, al ver mi solicitud, el funcionario de la 17 se puso a discutir con el de la 14 porque los menores de 40 años, de cabello castaño, zurdos y de ojos indefinidos tenían que ir a la taquilla 23 en el segundo piso: “¡A ver si te enteras!” le gritaba 17 a 14 completamente olvidados ambos de mí, debe ser porque yo no tenía número.

Llegué a la 23 a las 4:58, no había cola, pero el funcionario me rechazó porque el trabajo era hasta las 17:00. El argumento de que quedaban dos minutos no aplicó porque, según el funcionario, el tiempo promedio de atención es de 8 minutos, de manera que si me aceptaba estaría trabajando hasta las 17:06 y esos seis minutos no se los pagaba nadie. Taquilla cerrada.

─ ¿Cómo te sentirías tú? ─reté a Manolo.

La última vez que Manolo había pensado en que quería matar a alguien fue en un bar cuando un vecino no dejaba de molestarle en uno de sus días malos. Manolo estrelló la cabeza del vecino contra la barra y estuvo a punto de romperle una botella. Entonces Manolo vio en el espejo frente a la barra, entre la nuca del barman y una botella de Emperador, su rostro o más bien el rostro de su diablo particular.

Desde ese día Manolo sabe que hay frases que no son metáforas sino verdades peligrosas y desde ese día no provoca a su diablo no vaya a ser que este le quiera comprar el alma.

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José Manuel Peláez
Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com

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