Explico algunas cosas, como diría Neruda:
- Con muy pocas excepciones, la gran mayoría de los libros venezolanos jamás ve una reedición
- Los tirajes de estos libros son menores de mil ejemplares (pero somos 30 millones de habitantes)
- Muchísimos autores venezolanos son conocidos solo en su ámbito local, a veces ni eso
- Y, en consecuencia, la gran mayoría no llega a las librerías…
Si no me creen, hagan la prueba, yo les puedo dar algunos nombres para que pregunten. Fuera de los clásicos que se leen en el liceo (Gallegos, Pocaterra, Teresa de la Parra) y unos pocos contemporáneos afortunados, no hay más. Este debe ser uno de los pocos países, no sé si el único, en el que es más fácil encontrar un libro de autor extranjero antes que alguno nacional.
Claro, sé que hay excepciones, sé que hay una red de librerías y editoriales del Estado; pero eso aún no soluciona algunos de los puntos antes enumerados, porque por lo común en estas se da más espacio a autores recientes o a los “clásicos”, olvidando a muchos otros, cuyos textos reposan en el dudoso limbo de las bibliotecas públicas.
Y es que ni siquiera los medios electrónicos a veces son una alternativa. Un ejemplo singular, al respecto, lo constituye La balandra Isabel llegó esta tarde, de Guillermo Meneses, uno de los cuentos más emblemáticos de nuestras letras. En cientos de páginas se encuentran comentarios o enlaces sobre la película; en ninguna se podía leer el relato… hasta ahora.
Yo solía preguntarme el porqué de todo esto. Un día decidí actuar y buscar soluciones, en lugar de respuestas que nadie iba a darme. Empecé entonces la aventura de este espacio llamado El diente roto, cuyo eslogan reza: literatura venezolana de hoy y de siempre.
Ya cumple tres años la página. Van casi dos mil entradas, pero todavía falta. La meta es que de todo autor haya una entrada con sus datos, su foto, una muestra de sus textos, en cada uno de los géneros en los que se haya expresado.
He tratado de ser lo más plural y diverso, sin distinción de ningún tipo, evitando lo que hacen muchos que crean una página de literatura: para publicarse a sí mismos, publicar a sus amigos o publicar lo que les gusta.
En una escena de la película El hombre sin sombra, el protagonista está acostado y mira el techo, donde tiene escrito: “deberías estar trabajando”. Eso me pasa cada vez que veo mi biblioteca y pienso en los autores que nadie lee, porque no se encuentran sus textos. Entonces me levanto de mi silla y digo: a ver, ¿a quién publicaremos hoy? Y ahí vamos.