El hijo de Dios, por Luli Delgado

Cuando los Reyes Magos llegaron a Jerusalén y quisieron saber dónde habría de nacer el Rey de los judíos, Herodes inmediatamente le consultó a los sacerdotes y escribas, y fue así como supo que 700 años antes, en el s. VIII a. C, el profeta Miqueas lo había anunciado “El Mesías nacerá en Belén” – Miqueas 5,1-4, y que su contemporáneo, el profeta Isaías, también había predicho: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” Isaías 7:14.

Además de Miqueas e Isaías, otros profetas también anunciaron el nacimiento de Jesús, tal vez no mencionándolo de forma tan precisa, pero Jeremías, (Jeremías 23:5-6), Zacarías (Zacarías 9:9), Daniel (Daniel 9:24-26), presagiaron la llegada del Dios Salvador.

No que me haya dado por el estudio de las Escrituras, pero sí me resulta fascinante aprovecharme del ciberespacio para saber un poco más.

El nacimiento del Hijo de Dios es un parteaguas que celebramos todos los años, que estudiamos como parte de las enseñanzas de religión y que no nos cabe cuestionar.

Según el momento de vida lo recibimos de una manera diferente. El Niño Dios de nuestros mayores, de nuestra infancia, ya de adultos, el de nuestros hijos y más adelante el de nuestros nietos. En cada una de estas etapas sentimos alegría, esperanza, reverencia, gratitud, paz, reflexión o una combinación de todas estas cosas. Parecería que nos hacemos un poco mejores y entonces reina un clima de reverencia, una humildad que nos hace iguales y aunque sea por un momento, lo sobrenatural nos nivela.

Es quizás el misterio de la Cristiandad más difícil de entender. Es demasiado complejo y a la vez demasiado sencillo. Tal vez sea la razón de ser del don de la fe, para ayudarnos a aceptar un sentimiento tan imposible de explicar como el amor, tan intenso y vívido como la paz, tan único como el nacimiento del Hijo de Dios, que el corazón de Herodes no supo albergar.

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