Entre los símbolos enigmáticos del manuscrito Voynich, los significados se esconden como las páginas de un libro que Umberto Eco hubiera querido descifrar. Sabemos, o creemos saber, que alguien escribió estas páginas en el siglo XV, cuando la alquimia y la ciencia aún no habían divorciado sus caminos.
Las ilustraciones de plantas inexistentes, los diagramas astronómicos imposibles, las figuras femeninas danzando en líquidos verdosos, nos hablan de un conocimiento que se resiste a ser revelado. Como en El nombre de la rosa, cada página del manuscrito sugiere un misterio diferente, pero todos confluyen en ese código indescifrable.
La narrativa romántica que hemos construido alrededor de este libro – los secretos herméticos, el conocimiento prohibido, la sabiduría oculta – quizás sea nuestra propia invención, nuestro intento de dar sentido a lo incomprensible. ¿No es acaso todo intento de traducción una forma de traición? Tal vez, como sugeriría Eco, el verdadero manuscrito no es el que reposa en Yale, sino el que cada intérprete cree leer en sus páginas, teoría tras teoría, desciframiento tras desciframiento.
Los patrones lingüísticos detectados por computadoras son como frases de un idioma interrumpido, congeladas en medio de su sintaxis, esperando que alguien descifre su gramática. Y nosotros, lectores de estos enigmas, seguimos tejiendo teorías sobre sus posibles significados, porque necesitamos creer que incluso en el misterio hay sentido, que todo texto espera a su traductor.
Y, sin embargo, los análisis estadísticos sugieren que podría ser un elaborado sin sentido, un texto construido para parecer significativo sin serlo realmente. Nuevamente llamo a Eco para recordarnos que a veces el significado no está en el mensaje sino en nuestra obstinada búsqueda del mismo.
Y tú, querido lector, ¿qué misterios preferirías resolver, o inclusive preservar?