
La séptima ola, 2011
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La verdad es que no debería haber puesto esa materia cerebral en mi vianda. Ya sé, ya sé – suena absurdo, pero cuando eres neurocirujano, estas cosas pasan. Bueno, en realidad no, pero después de un día partiendo cerebros por la mitad y viendo pacientes despertar totalmente ajenos a que “su yo” es tan real como el truco del mago “elige una carta cualquiera”, tu mente empieza a jugar unos juegos bastante raros.
Ayer mismo, podría jurar que escuché una vocecita que salía de mi portafolio durante el almuerzo. “Discúlpame”, susurró, “pero creo que soy la consciencia de alguien. ¿Me podrías devolver? Tengo una crisis existencial urgente que resolver”. Sonaba a uno de aquellos actores de Pirandello.
Obvio que eso es imposible. He removido lóbulos enteros, partido corpus callosums como si fueran para una parrillada, e incluso sacado medio cerebro de cabezas, y ni una sola vez un paciente se despertó sintiéndose menos… ellos mismos. Es lo más loco de la consciencia – no puedes extraviarla porque nunca estuvo realmente ahí
La verdad es que cada vez que abro el cráneo de alguien, estoy espiando detrás del telón del espectáculo de magia más grande de la Tierra. Nuestro cerebro es como ese amigo que insiste en que puede explicar cómo funciona el truco del mago, pero en realidad solo está inventando historias después de los hechos. ¿Libre albedrío? Más bien es un piloto automático con un equipo de prensa muy convincente.
Quizás ese sea el verdadero milagro – no que podamos sacar pedazos de cerebro manteniendo el yo intacto, sino que hayamos evolucionado para crear esta elaborada producción teatral de la consciencia, completa con efectos especiales y una narrativa convincente. Es como la versión de la naturaleza del Teatro Colón, en cartel continuamente desde el amanecer de la consciencia humana, y cada cerebro es tanto protagonista como público.
Ahora, si me disculpan, necesito revisar mi portafolio otra vez. Juro que acabo de escuchar a alguien ahí adentro debatiendo a Borges.

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