En serio,
por Luli Delgado

Me cuenta mi hija que fue al estreno de una película que ella editó, y que, para su decepción, el sonido original había sido regrabado en estudio y se notaba a la legua.

Es que por increíble que pueda parecer, el cine no miente. Puede que se inventen tramas y se usen efectos especiales, pero el resultado final, lo que uno llama, o por lo menos en mi época llamaba, la copia definitiva, debe tener la precisión de un reloj suizo para que realmente se pueda hablar de buen cine. Cualquiera que deje que desear en su trabajo, maltrata el de los demás como en efecto dominó. Buena cámara, pero mal sonido, buena actuación, pero edición incoherente, buen guión pero mala dirección de arte. Las posibilidades son infinitas y es por eso que una película impecable es poco más o menos que un milagro.

Soy de las que piensan que en el colegio deberían enseñar a hacer cine, no para que crezca una oleada de cineastas, sino para fomentarle a los niños desde pequeños la importancia del trabajo en equipo y la integración del aporte de cada uno a un todo. A eso se añadiría el respeto por el trabajo de los demás. En cine, por ejemplo, existe código universal que establece que nadie puede meterse con el equipo del otro, porque cada uno tiene una responsabilidad específica que, si se mezcla, puede resultar en problemas. Cada uno por sí mismo, y todos en el firme propósito de lograr el éxito de un proyecto. Disciplina, responsabilidad, trabajo en equipo. ¿Qué mejor enseñanza que esa?

Ustedes dirán que los deportes y la música también dejan esas  enseñanzas, pero para quien nunca supo entenderse con una pelota y menos con notas musicales resulta muy empinado.

Yo no sé si fue porque fue mi profesión durante algunos años, o si fue porque mi hija heredó el gusto, pero creo que el cine es una disciplina única y de paso un oficio maravilloso.

Allá los que desde afuera piensan que se trata de un montón de bohemios excéntricos pasándola bien… ¡hablen en serio!

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