Dirigida por Peter Farrelly
Es cierto que hay momentos en los que una metáfora vale más que mil imágenes, pero hay otros en los que una imagen vale más que todas las palabras y esa es, en general, el mayor logro del cine. Y cuando a la emoción creada por la trama se suma el poder evocador de la imagen, la catarsis sentida hacia los personajes, la película perdura indefinidamente en nuestra conciencia, acabando por ocupar un lugar reservado en esa enciclopedia personal llamada memoria.
Son tantas las películas que nos acompañan en nuestro camino que cuando tratamos de distinguir unas de otras inmediatamente nos damos cuenta de que nos estamos equivocando, porque sabemos que a cada etapa de nuestro camino le corresponde una película, un título, una melodía, un escenario que nos llama, y que la preferencia de ayer no es la misma hoy y mañana será otra. Entre Amarcord de Fellini, Stalker de Tarkovsky, otros nombres reclaman con razón ser mencionados y entre ellos Peter Farrelly y su película Green book de 2018. Es la historia de una amistad inesperada (¿pero las grandes amistades no son siempre inesperadas al principio?) entre dos hombres que parecen distanciarse de todo: color de piel, estatus social, prejuicios, sensibilidad, prioridades en la existencia y todo lo demás. La cultura colectiva nos impone como una visión de nosotros mismos y de los demás y que aceptamos pacíficamente. ¿Cuántas veces por miedo a admitir que al fin y al cabo lo que pensamos no es más que una ficción, una película cuya trama desconocemos, a pesar de ser el personaje que lo cuenta quien le da existencia?
Me gusta mucho Green book, por la sensibilidad que revelan las imágenes, por la música, por la emotiva interpretación de esos dos actores y por el diminuto rayo de esperanza en el ser humano que despierta en mí su final.
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