Gente que Cuenta

Un buen año, por Manuel Pulido Azpúrua

Ridley Scott Atril press
Un buen año (2006)
Dirigida por Ridley Scott
Foto:IMDB

Atril está de aniversario. No cabe duda que este fue un buen año para la gente que cuenta, con sus ediciones dominicales tan entretenidas. Para Luli y su equipo mis felicitaciones. El título de esta nota lo es también de una película de Ridley Scott de 2006, la cual sin ser demasiado famosa y un desastre de taquilla, tiene la particularidad de alegrarme cada vez que me topo con ella.

Ha envejecido bien. Presentó en su tiempo el primer teléfono inteligente en un placement de la fenecida Palm, la cual en su momento había sacado el teléfono más moderno de su época, el Treo, y que fuera deglutida por posteriores fusiones y adquisiciones, dando paso a los Blackberrys.

Exhalaba una nostalgia por la vida en los viñedos de la Provenza Francesa en contraste con la urbana Londres donde el protagonista es rey indiscutido por ser allí despiadado corredor de bolsa. Termina viajando en medio de una tormenta regulatoria producto de su atrevimiento especulativo.

La magnífica banda sonora de la película me introdujo a la música de Edmundo Ross. Ross fue quien enseñó a bailar salsa a la nobleza británica. Trinitario con estancia en Caracas, donde perteneció a la Banda Marcial capitalina, tocaba impecablemente las maracas y entiendo que en cada disco suyo había un joropo. Solo por eso deberíamos conocerlo más en estas latitudes.

Los personajes van desarrollando una trama a veces poco entendible, toda alrededor de la herencia que recibe el protagonista Max Skinner, encarnado por un jovencísimo Russel Crowe y a ratos en un púber Freddy Highmore, de parte de su tío Henry (Albert Finney). En algún momento busqué la novela de Peter Mayle, solo para conseguirme una trama cuasi juvenil que me pareció mejor contada por Scott en su cinta, aunque ambas obras hicieran poco por explicar qué diablos estaba pasando.

Presenta gags geniales, como cada vez que Max pasaba entre los ciclistas franceses mostrándoles el dedo y gritándoles el nombre de Lance Armstrong (era la época que el ciclista era considerado un ídolo), o que el perro del viñatero Duflot se llamara Tatí, como el ídolo cómico francés, que aparece brincando en una pantalla de cine de barrio, o el enfrentamiento entre dos íconos del tenis europeo, Fred Perry y René Lacoste.

Todo ocurre alrededor de un negocio turbio, el cual apenas si se menciona de soslayo, como es la cosecha fantasma de un vino, Le Coin Perdu, el cual está fuera de denominación controlada, por provenir de viñas contrabandeadas, algo que entiendo que no se permite en el riguroso mundo del vino francés y que tiene uno que deducir después de verla muchas veces.

Este es el secreto que el tío Henry y Duflot se empeñaron en esconder y que Max decide dejar como está al pasárselo a su prima, la deliciosa Christie Roberts (Abbie Cornish), quien comparte la pasión del padre y los conocimientos de su Napa natal. Max queda redimido, en brazos de su amada Fanny Chenal (Marion Cotillard), luego de renunciar quedándose de liquidación laboral con un Van Gogh.

Para mí constituye una película de culto que no me canso de ver cada cierto tiempo y que, como dije al inicio, no me pierdo cada vez que me encuentro con ella.

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Manuel Pulido Azpúrua (Caracas, 1965) es Abogado por la Universidad Católica Andrés Bello y Máster en Administración de Empresas, Mención Finanzas, por la Universidad Metropolitana.
Se desempeña como consultor jurídico en empresas venezolanas.
Lector empedernido, mantiene en animación suspendida dos blogs “Gordon Blue” y “Wulebal”, además de tuitear con muy poca frecuencia como @noloven65.
Ha publicado textos en www.contexturas.org
noloven65@yahoo.com

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