
Maracaibo se refugia en la humedad del calor. Y aunque la madrugada avanza, no cesa el vapor espeso que arrincona la ciudad. Son las tres de la mañana y a lo lejos se oye un chorro de agua que golpea un de techo de zinc.
Arístides cruza el patio con la camisa empapada en sudor. Se detiene un momento a sacudirse un poco el trasnocho borracho que lo lleva de la mano.
El cuarto todavía está lejos, pero Arístides no se da por vencido.
Con todo y todo no suelta su guitarra. Ya al menos el cuarto está en el horizonte del zaguán.
Va hacia allá, que sea lo que Dios quiera. Arístides se vuelve a detener. Se acuerda que es primero de enero. A comenzar de nuevo.
Mañana será otro día.

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