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José Alejandro Moreno Guevara

Niños y duendes, por Alejandro Moreno
90b, José Alejandro Moreno Guevara

Niños y duendes, por Alejandro Moreno

Se decía que un niño había muerto ahogado exactamente en ese sitio. O mejor dicho, allí se había hundido, pero habían conseguido el cuerpo más abajo, en donde llaman Guacarapo. En ese sitio el agua siempre estaba tranquilita. Nadie se explicaba cómo un niño se pudo haber ahogado precisamente ahí. A menos que salgan duendes, decían los viejos. Lo raro es que los duendes no son malos, ellos son malandros, pero no son malos.También decían que en ese sitio había un entierro de morocotas y que por eso había un encantamiento. Un encantamiento de morocotas. Dicen que por ahí los 24 de diciembre se oye la risa de un niño que juega, pero tal vez sea simplemente que a los niños, aunque los grandes los lloren, les gusta jugar.del mismo autorCompartir enGente que ayuda Quiero patrocinar ...
El barbero, por Alejandro Moreno
88b, José Alejandro Moreno Guevara

El barbero, por Alejandro Moreno

Me cuentan que pasó exactamente como yo se los voy a contar. Hubo en Cumaná un barbero. Este barbero sabía de todo un poco. Su mujer Honorina no era bonita, tampoco era fea. De vez en cuando el barbero y Honorina se sentaban en el porche de la casa a agarrar fresco, digámoslo así. El barbero tenía una botella de ron guardada en una alacena y cada tarde del sábado se echaba un palo, pero solo los sábados. La mujer del barbero, Honorina, no tomaba, solo lo hacía él. Así, pasaron cuarenta años y otro poquito.Una tarde después de volver del cine Pichincha, el barbero murió. Su mujer, Honorina, lo lloró como debe llorarse a un marido que ha sido bueno cuarenta años y otro poquito. Velaron al barbero. Honorina estaba triste. El siguiente sábado después de la muerte del barbero, Honorina abrió la...
Mellizas, por Alejandro Moreno
86b, José Alejandro Moreno Guevara

Mellizas, por Alejandro Moreno

Una noche como cualquier otra llegan dos hombres a la puerta de una casa. Desde dentro, dos mujeres notan la presencia de los dos hombres, sin embargo, hasta ese momento no saben que son dos hombres. Solamente han escuchado que tocan la puerta. Ambas van a la puerta como es costumbre en ellas hacerlo cada vez que alguien toca la puerta. Desde niñas procuran hacerlo todo juntas. Casi llegando a la puerta vuelven a tocar. Son los dos hombres que tocan nuevamente. Es necesario insistir: las dos mujeres no saben que dos hombres son los que tocan. En algún momento las mujeres se preguntan a sí mismas quién será, pero ninguna sabe lo que la otra ha pensado.Una de ellas abre la puerta, la otra está parada un poco más allá frente a la puerta. Los dos hombres saludan. Las dos mujeres también saluda...
Antíloco, por Alejandro Moreno
82a, José Alejandro Moreno Guevara

Antíloco, por Alejandro Moreno

Antíloco está mirando su espada y sabe que en pocas horas estará manchada de sangre, y con ese olor deberá vivir el resto de sus días, que no serán muchos. A Antíloco le gusta recordar sus días cuando niño. El hijo de Néstor, rey de Pilos, es uno de los pocos que puede irrumpir cuando quiera en la tienda de Aquiles. Pese a que todo es polvo, vino y fogatas en el campamento de los aqueos, también hay tiempo para el amor. Antíloco exhala su último suspiro de placer en la noche estrellada. Lo espera la batalla llena de pústulas y del olor de la sangre. del mismo autor Compartir en Gente que ayuda Quiero patrocinar
Un cuento de Nueva York, por Alejandro Moreno
81a, José Alejandro Moreno Guevara

Un cuento de Nueva York, por Alejandro Moreno

Nueva York, la verdad sea dicha, muestra su corazón a muy pocos. Y Marty Pilletti es uno de esos pocos a los que esta ciudad ha mostrado el corazón. Marty es un buen carnicero del viejo Bronx. A sus 39 años permanece soltero y vive con su madre.Una noche la madre de Marty le insiste para que vaya a bailar al Star Dust, quizás conozca a alguna chica. El Star Dust es un descomunal salón de baile en donde italianos, judíos y algunos puertorriqueños coinciden para beber, fumar y bailar al ritmo de las big bands que, desde la tarima, marcan con su cadencia lo que se haga en la pista de baile.Marty, la verdad, no tiene muchas ganas de ir al Star Dust. Piensa que será lo mismo de siempre, pero ante la insistencia de su madre se pone su bonito traje azul, se pone de acuerdo con Angie, su mejor ami...
Matilde Omaña, por Alejandro Moreno
80c, José Alejandro Moreno Guevara

Matilde Omaña, por Alejandro Moreno

Es la primera vez que Matilde Omaña está en Caracas. Seguramente ningún Omaña de Capacho viejo, ha estado antes en la capital. A Matilde le contaron que su abuelo Cesario fue muchas veces a Pamplona, e incluso a Bogotá, pero ningún Omaña había pasado de Mérida. En aquella tranquila montaña Omañas, Ruices, Pinedas y González habían pasado ciento cincuenta años cultivando café y criando ganado, sin ningún afán aventurero y ninguna sed de conocer qué había más allá de la puesta de sol.Matilde ha conquistado a sangre y fuego su grado de sargento. El propio general Cipriano Castro ha dicho de ella que… “ es un valiente soldado de la patria”. Matilde sabe todo lo que ha hecho para ser una de esas primeras cien personas en entrar a Caracas. Su yegua Aguapanela parece estar tan orgullosa como ella...
En Altagracia no hay motos, por Alejandro Moreno
79b, José Alejandro Moreno Guevara

En Altagracia no hay motos, por Alejandro Moreno

Nadie había visto nunca una moto en Altagracia de Orituco. Hasta ese día, solamente bicicletas se habían visto. Más de una madre asustaba a un muchacho tremendo, advirtiéndole que la moto de Chuchú Marrero recorría Altagracia con una gallardía que no se le había visto antes. Si alguien iba caminando por la calle Bolívar de Altagracia y Chuchú Marrero pasaba en su moto, la gente se paraba hasta que Chuchú terminara de pasar.La vieja Elba Esteves fue la primera doñita del pueblo, a la que Chuchú Marrero le hizo un mandao. Se fue en su moto hasta Calabozo y le trajo a la vieja Elba unas gotas de valeriana, porque ella decía que de vez en cuando veía a Elbita su hija. Elbita había muerto de paludismo hace unos años. Aquellas visiones ponían muy nerviosa a la pobre mujer y por recomendación de ...
 La despedida, por Alejandro Moreno
78b, José Alejandro Moreno Guevara

 La despedida, por Alejandro Moreno

  La mujer se tomó su última cerveza lentamente. Ese sorbo le supo a triunfo. Tomó su cartera y se despidió. Ya nunca más vería nada de lo había visto desde niña. A esa hora subir en ascensor no es difícil. Pensó en los veinte pisos que la separaban del lugar en donde momentos antes se tomaba la cerveza. Ni siquiera pensó en su hijo. Le importaba el niño, pero la verdad es que no tanto. Así es la vida, dijo para sí. Seis minutos exactos después, en el bar, el televisor empezaba la transmisión del juego de béisbol, y la mujer había tomado una cerveza fría que la había hecho feliz. del mismo autor Compartir en Gente que ayuda Quiero patrocinar
La desaparecida, por Alejandro Moreno
77a, José Alejandro Moreno Guevara

La desaparecida, por Alejandro Moreno

Lo que pasó aquella noche fue tan doloroso que ha quedado flotando todos estos años. Los hechos son muy simples: durante diez minutos un aguacero descomunal lo ilumina todo con la luz blanca de sus relámpagos. Las centellas chispean el cielo que ese día luce más bajo y vigilante. El taconeo de las gotas acecha, como ametrallando todo. Y en esos diez minutos va sucediendo todo tan rápido que el horror hubo de suceder después de que escampó. Algunos conservan en el alma el relincho de esa centella maldita, cuando la bebé de Carlota Magallanes desapareció de la faz de la tierra. Todavía muchos esperan que la niña aparezca en algún matorral, dormida como una muñequita de esas chinas que no hablan ni hacen nada. del mismo autor Compartir en Gente que ayuda ...
El viejo imperio, por Alejandro Moreno
76a, José Alejandro Moreno Guevara

El viejo imperio, por Alejandro Moreno

 A esa hora Londres es una maravilla de prodigiosa energía. Pudiese pensarse incluso que se está en una ciudad más alegre, pero no, no nos engañemos: Londres es Londres. Tan fría como siempre y quizás peor aún. Mister Grimwig es apenas una sombra frágil de lo que fue en su juventud. Tuvo, en aquellos años de pulsión juvenil, la fuerza suficiente para ser un extraordinario comerciante que iba y venía de Londres a Bombay como quien visita un barrio cercano. Ya no. Apenas mastica con dificultad un insípido pan de cebada con algún vil potaje de carne, y a eso se aferra mister Grimwig. Al ver pasar desde su ventana a una bellísima mujer de la India suspira con los últimos arrestos de energía. del mismo autor Compartir en Quiero patrocinar
El secreto de Estanislao Nucete, por Alejandro Moreno
75b, José Alejandro Moreno Guevara

El secreto de Estanislao Nucete, por Alejandro Moreno

¿Qué razones habría de tener el viejo doctor Estanislao Nucete, para volver a la ciudad de Mérida después de tantos años? Al parecer muchas. Nadie había vuelto a hablar de eso en Mérida, al menos en sesenta y cinco años. La historia era muy sencilla: un estudiante de medicina veinteañero, un muchacho del Páramo y una ciudad muy pequeña. Estanislao Nucete había hecho su vida en Margarita, en un pueblito llamado Paraguachí. Allá ejerció durante muchos años como médico pediatra, que era en lo que se había especializado en su querida universidad de los Andes. De Mérida, no había querido saber más nada hasta ese día. Después de sesenta y cinco años estaba frente al viejo edificio de la ULA, viendo con nostalgia sus recuerdos. Y aunque pensaba que nadie se acordaba de él, ya a esa hora se...
La flor, por Alejandro Moreno
74b, José Alejandro Moreno Guevara

La flor, por Alejandro Moreno

Aarón está ensimismado en sus pensamientos. La enfermera lo entusiasma para que al menos camine por el pasillo del hospital Vargas. Finalmente le hace caso y da un pequeño paseo. En esas anda cuando se detiene ante una sencilla florecita del jardín del pasillo. Aarón viaja a su pasado: aquella floristería en donde tantas veces tuvo momentos de serena alegría. Los capullos de Galipán que lo hacían feliz. A Aarón probablemente le quedan pocos días de vida y aun así no puede evitar sentirse feliz contemplando el jardincito del hospital. Le canta una canción mentalmente a la flor y luego vuelve a su cama con un poco de felicidad en los ojos. del mismo autor Compartir en Quiero patrocinar

Cafeína para el Atril