Dejaron de ser uno. Ahora estaban encapsulados en una mentira, juntos, pero cada uno por su cuenta
Al día siguiente ambos despertaron bajo el peso de una lápida. Juan, por haber estrangulado a Mario, por traicionarlo con su mujer a pesar de ser su mejor amigo; y ella, por no poder siquiera admitir que lo había encontrado muerto.
“Me voy a la oficina”, le dijo él antes de salir.
“Bueno.” respondió ella sin aún abrir los ojos.
Dejaron de ser uno. Ahora estaban encapsulados en una mentira, juntos, pero cada uno por su cuenta. Pensando y pensando, ella concluyó que ni podía contárselo a su mejor amiga, porque eso la tornaría cómplice.
Sola, tendría que vivir su culpa. ¿Pero hasta cuándo? Necesitaba urgentemente tomarse un café doble, triple, para aclarar su mente y pensar en los próximos pasos. No sólo en los suyos, sino en los próximos pasos de la policía.
¿Cuánto demoraría en saberse que Mario estaba muerto? ¿De qué habría muerto? ¿O, quién lo habría matado? ¿Alguien la habría visto entrar, o salir, del apartamento de Mario? ¿Podría ella construir un álibi, caso se convirtiera en sospechosa? ¡Eran demasiadas incógnitas, hasta para un café triple!
¿Y Juan? ¡En el trabajo! como siempre, ajeno a todo; y con Mario, ahora ni eso. ¡Café! ¡Café! Mario podrá estar muerto, pero la picadora de gente nunca para y ella necesitaba zafarse.