De los tres nombres que te dieron como recompensa por venir al mundo y presentarte a la sombra de quienes en él se mueven en vano, el último será tomado en la cadena de quienes heredaron de ti tu sangre. Inmediatamente olvidados, los demás solo serán recordados con ese anhelo diluido de quienes contigo se atrevieron a enfrentar a ese caballero ciego y armado llamado Vida y que muy probablemente se llamaría Sueño. De pie con los brazos desnudos, tu escudo eran seis cuerdas suspendidas de una guitarra que acariciabas sin cesar, pensando poder escapar de la lanza del caballero ciego, del impetuoso derrocamiento de sueños e ilusiones que obstinadamente consuelan nuestros días para que podamos calmar nuestras almas.
Tuya será la pena resignada que en este Sueño no pudiste alcanzar, esa mano extendida hacia el reverso de la luna. Mío, nuestro y ajeno tal vez, el anhelo sumergido en el eterno olvido quedará, “si la memoria es tanta como tenemos”, una, dos, tres notas de música lanzadas al azar al momento.