
En casa, siendo muy pequeña, escuchábamos más radio que tele. Los actores de radionovelas me traían loca. De otro lado, las arengas de los mercados, como envoltorios frutales, me dejaban perpleja. Ciertamente, ambos giros del habla encendieron la «escucha» para apresurar mi escritura timorata.
Tímida llegué a la capital. En el cole me asignaron un aula provisional en la recta de la cocina, por si me animaba a hornear algunos trazos a lápiz. En realidad, más ambicionaba leer que escribir.
Empecé torpe. Borraba más que escribía. Amortajaba las oes de sopetón. El borrador se gastó de un plumazo. Subí sílabas al margen y al pie de páginas encontré dígrafos (ch) que encorvaron mi entendimiento. Por fin, después de meses, leí con soltura. En los próximos años, entendí el cuento Ojos de perro azul, pero me asusté a montones…
Al destete del cole, detesté redactar. Anhelaba estímulos que retorcieran mis orejas como cuando me inoculaba el barullo mercantil y voz radiofónica. Me había propuesto escribir más allá de mis fuerzas, sin disfraces y el trasoír ajeno, porque, a decir verdad, la escritura supera la redacción.
Puse fin a la mentira de escribir sin leer. Cerré mis escritos y desvalijé bibliotecas, entreoí historias una, cien veces hasta aguzar la escucha con el texto y hacia él. Vi y escuché situaciones de cara a las personas, frente a sus espaldas o recovecos. Años después, mis maestros amplificaron mis (t)errores de escritura.
Hoy, cuando pesco un (t)error, lo fulmino, eso creo. A veces, me pregunto si extenderé la escucha luego de hallar el corazón del sentido. He decidido, a guisa de trabajo, corregir, borronear y tachar; arrancar la floritura y cambiar tonalidades al escribir. Sé que la escritura puede volcar deseos una y millones de veces muy por debajo o en 3D. Apreciado equipo de lectores, no pierdan su escucha.
¡FELIZ TERCER ANIVERSARIO, CASA ATRIL!

https://www.facebook.com/charito.concha