Abuelear, por Carmen Concha-Nolte
Cuando me enteré de que una colega «abuelea», ¡ay!, la sola idea de pertenecer a su club no cabía en mí. En el fondo, aunque quiera ocultarlo, sentí envidia de ella, de mi colega Suz. Fue una pizca de envidia por ostentar ese título. Con mi envidia afloró ese: ¿y yo, y yo para cuándo? No pude contar, una y otra vez, las tantas veces que lo repetí, pues faltaría a la verdad.
A decir verdad, al poco tiempo abracé la transfiguración de abuelear desde la blandura de mi cerebro hasta mis pies plásticos. Aunque no lo creas, mis síntomas de abuelear como mi colega se expandieron: me convertí en marioneta burbujeante, en polluelo de cuento o en alguien sin localización.
En toda situación, el tiempo con los nietos se hace burbuja, corre a velocidad sin marcha atrás. Nos reinventamos inventari...