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Carmen Concha-Nolte

Abuelear, por Carmen Concha-Nolte
200b, Carmen Concha-Nolte

Abuelear, por Carmen Concha-Nolte

Cuando me enteré de que una colega «abuelea», ¡ay!, la sola idea de pertenecer a su club no cabía en mí. En el fondo, aunque quiera ocultarlo, sentí envidia de ella, de mi colega Suz. Fue una pizca de envidia por ostentar ese título. Con mi envidia afloró ese: ¿y yo, y yo para cuándo? No pude contar, una y otra vez, las tantas veces que lo repetí, pues faltaría a la verdad. A decir verdad, al poco tiempo abracé la transfiguración de abuelear desde la blandura de mi cerebro hasta mis pies plásticos. Aunque no lo creas, mis síntomas de abuelear como mi colega se expandieron: me convertí en marioneta burbujeante, en polluelo de cuento o en alguien sin localización. En toda situación, el tiempo con los nietos se hace burbuja, corre a velocidad sin marcha atrás. Nos reinventamos inventari...
Desvalijados joyeros,<br/> por Carmen Concha-Nolte
190b, Carmen Concha-Nolte

Desvalijados joyeros,
por Carmen Concha-Nolte

Cuando me casé tenía que ser hacendosa. Un día con mi nuevo estado, y sacudiendo todo a velocidad para terminar pronto, me acerqué a la mesa de trabajo de mi esposo joyero y le volé, de un tirón, el polvo y algo más. Cuando él llegó me dijo: ¿qué hiciste? Saboreé vergüenza para mis adentros. ¡Caramba!, le había desaparecido el polvo que iba a refinar. ¡Cómo iba a adivinar el valor del polvo! y que, a veces, y yo ignorante, se quitaba la ropa en su mesa sin insinuación alguna…El asunto que quiero contarles es que los joyeros, constantemente, se desvalijan: cuando pierden alguna pieza, la buscan desaforados hasta despojarse de su ropa. Sí, a menudo se quitan la ropa. Empiezan por su mandil, acto seguido, revisan la camisa entreabierta, los puños; otras veces, es el pantalón el que sacuden co...
Leche inmaterna,<br/> por Carmen Concha-Nolte
182c, Carmen Concha-Nolte

Leche inmaterna,
por Carmen Concha-Nolte

Como sabemos, antiguamente las madres tenían que amamantar al crío sí o sí. El mandato iba directo a ellas, mejor dicho, a sus pezones. A propósito de este mandato, recuerdo que un día me contaron algo escalofriante: una madre sufrió un golpe emocional con secuelas amplias y la leche de sus pechos padeció como sequía de campo…Esta madre paralizada en sus faenas de proveedora, y muy preocupada por el hambre de su pequeño, no tuvo más alternativa que echarle el ojo a la leche de su criada quien ebria de risa amamantaba al propio. El médico al revisarla la encontró, más que apta, dispuesta a alimentar al bebé de su señora.El acuerdo salió de maravilla, excepto, claro está, unos lloriqueos sobresaltados y la abundancia de gases en el pequeño que tomaba leche inmaterna de unos pechos hondos com...
Vueltas en off,<br/> por Carmen Concha-Nolte
179c, Carmen Concha-Nolte

Vueltas en off,
por Carmen Concha-Nolte

Me oxigeno diariamente cerca de casa. Voy por rutas conocidas: camino, mejor dicho, repaso veredas hasta sacarles lustre. De un tiempo hasta hoy, las caminatas han variado. Cuando voy en ruta, sin ir muy lejos, algo ocurre y me detengo. Antes de confiar lo que me ocurre, déjame decirte que soy fiel caminante como para propiciar detenciones adrede, a no ser que algo superior me lo exija. Confieso que repentina y repetidamente, en ruta, volteo en seco y prosigo. Repito, no soy consciente de estas vueltas. Me atrapa la mecánica de trajinar por las veredas a nivel, en subida, en desnivel. Desde siempre me he mostrado despreocupada del trayecto. Pero hoy debo indagar ese «algo» que justifica mis vueltas. En ruta, no me detengo hasta que algo —repito— me fuerza a dar muchas vueltas en off…...
Mi escucha,<br/> por Carmen Concha-Nolte
158d, Carmen Concha-Nolte

Mi escucha,
por Carmen Concha-Nolte

En casa, siendo muy pequeña, escuchábamos más radio que tele. Los actores de radionovelas me traían loca. De otro lado, las arengas de los mercados, como envoltorios frutales, me dejaban perpleja. Ciertamente, ambos giros del habla encendieron la «escucha» para apresurar mi escritura timorata. Tímida llegué a la capital. En el cole me asignaron un aula provisional en la recta de la cocina, por si me animaba a hornear algunos trazos a lápiz. En realidad, más ambicionaba leer que escribir. Empecé torpe. Borraba más que escribía. Amortajaba las oes de sopetón. El borrador se gastó de un plumazo. Subí sílabas al margen y al pie de páginas encontré dígrafos (ch) que encorvaron mi entendimiento. Por fin, después de meses, leí con soltura. En los próximos años, entendí el cuento Ojos de per...
Amigo azul, por Carmen Concha-Nolte
153a, Carmen Concha-Nolte

Amigo azul, por Carmen Concha-Nolte

Azul llegó a la universidad sin pizca de zonzo y asombrado. Varios miramos su rezuma de melancolía, de vacío y lo ayudamos. Acompañada de una amiga cubrí su nido vacío, tan vacío que unos estudiantes buena gente desempacaron su hombría juvenil.Parecía un diplomático con camisa alisada más un chofer a su servicio. Era alto, oriental, cándido en versión suprema. Sus ojos rasgados y español delicioso le imponían prestancia, pero cuando empezó a contarnos sus andanzas con los estudiantes buena gente, el color de su mirada rasgada cambiaba.Como un tobogán, vimos su transformación de azul garzo a azulete intenso. Él nos contaba sus visitas a las casas «previo pago». Pasaba de un detalle a otro con su nariz apagada, pero se le encendía de vergüenza si lo mirábamos fijamente.Azul dijo que las chic...
Quitaipón,<br/> por Carmen Concha-Nolte
147b, Carmen Concha-Nolte

Quitaipón,
por Carmen Concha-Nolte

En la noche muy dormidos, eso sí, las parejas no dejan de jugar. No dudamos que un sentido de propiedad los avasalla en penumbra y quitan el ropaje que los cubre dejando al otro descubierto y sin calor. Este juego parece una avalancha por tomar la cubierta mancomunada para cubrir el cuerpo, no la desnudez, pues por asuntos obvios muchos optamos por el pijama. El juego empieza cuando uno, que no quiere molestar por sus ronquidos, silbidos o lo inconfesable, se arrincona al borde de la cama. Ya en el rincón, tira, corre el edredón —cobertor, colcha, o como le llame— para su lado. Este asunto de hurto es gracioso y hasta culposo cuando la otra persona despierta sin edredón y con el frío puesto de pijama. Mientras, él o la ladroncilla, para remediar la falta, arrima y repone lo robado como ...
La que no está,<br/> por Carmen Concha-Nolte
139b, Carmen Concha-Nolte

La que no está,
por Carmen Concha-Nolte

Una dama es reina sin participar en certámenes de belleza. Eso sí, tiene una corona bien puesta. Florece en otras lenguas por ser la reina del relato conciso. Ana María Shua (escritora argentina) ostenta el reinado de provocar mil sentidos en sus escritos. Ella, probablemente, ignora que jugó con el mundo artificial y robótico… Creo se anticipó al juego de la mujer virtual. ¡Oh!, ella eleva todo a otra dimensión. Esta soberana tiene un relato que perdurará con mayúsculas en el imaginario de quienes lo lean y relean. Se vale de formas lúdicas para nombrar lo inasible como La que no está. Novelar la ausencia es justificable, pero hacerlo con escasas palabras es una maravilla, y titularla La que no está reconfigura a cualquiera. La reina usa una frase figurada para talar nuestro oído...
Pasión extra,<br/>por Carmen Concha-Nolte
131b, Carmen Concha-Nolte

Pasión extra,
por Carmen Concha-Nolte

Los novios enrumbaron a su luna de miel cargando como equipaje de mano kilos de arrope y melaza a todo hervor. Bueno, sus manos no tardaron en cruzarse. Al descender del avión, el frío los apretujaba, y sus abrigos de estreno impidieron que se filtrara el clásico viento sur de la zona. En el hotel, no hubo tiempo de desempacar nada. Sin correr las cortinas, la última prenda cayó destronada del corpiño… La pasión trascendió sinfín. El esposo montó el fastuoso Luna park o parque de diversiones y le bajó repetidas lunas a su tibia esposa. A la mañana siguiente, el muy acaramelado le dijo que conocerían la ciudad, sobre todo La Bombonera. ¡Oh!, ella creyó que a las confiterías las llamaban bombonas. ¡Caramba!, eran tiempos sin conexiones de Internet, sin cibercafés, sin teléfonos inalámb...
Conocer a un Nobel,<br/> por Carmen Concha-Nolte
126c, Carmen Concha-Nolte

Conocer a un Nobel,
por Carmen Concha-Nolte

Mi futura madre —auxiliar en una escuela — quedó fascinada con la personalidad del joven Vargas Llosa. Ella, veinte; él, apenas dieciséis. Con ese puñado de años él propiciaba comentarios en toda la escuela: imponente, astuto, periodista en una redacción, agitador de una huelga estudiantil y ávido por el quehacer cotidiano de todos.De mucho se fue apropiando Mario, sobre todo del aprecio y su celeridad para capturar el mundo. Un día, pasó apurado por el patio de la escuela, y caminó al parejo de mamá, y llevaba periódicos, y casi se cae a sus pies en tono suplicante. Ella, seguramente, hubiese sacado fuerzas de debilidad para ayudarlo a levantarse, claro, excepto si al caer le hubiese desajustado su falda kilométrica.Mamá contempló y admiró al joven durante su último año de secundaria. En ...
Fiesta coctel, por Carmen Concha-Nolte
121a, Carmen Concha-Nolte

Fiesta coctel, por Carmen Concha-Nolte

Conocimos a un hombre que nos asombró por su oído en medio del ruido infernal, parecía abordarnos a la adivinanza o magia: captaba todo lo que hablábamos. Eso. Lo vimos sordo al bullicio. Nosotros no mostrábamos interés ante él ni ante nadie, pero él direccionó su oído hacia nosotras. Al acercársenos, inventamos nuestros nombres según acordamos… Fuimos Madona, Lady Gaga y un par de raperas más. Se nos quedó mirando como descubriendo la treta o magia. Nuestro hombre mago se apegó para que bailáramos con él. El grupo se fue dispersando poco a poco. A mí me convenía quedarme, ¡era tan atractivo! Aunque pensé: seguro vino a besar a muchas chicas. La besuqueada -palabra horripilante- no iba conmigo. Como fui la única sobreviviente del grupo, tomó confianza. Buscó mi boca, solo mi boca jun...
Veraneantes obstáculo,<br/> por Carmen Concha-Nolte
116b, Carmen Concha-Nolte

Veraneantes obstáculo,
por Carmen Concha-Nolte

Asombrada con una esplendorosa luna, vi el instante decisivo de las tortugas marinas en tierra. Sabía que juegan a tierra, mar; tierra, mar. No aludo a canciones infantiles, sino a ciclos de vida. Ellas eclosionan en tierra, retornan al agua, se repatrian a tierra a desovar y regresan al mar. Los machos jamás reculan a tierra. Majestuosamente, contemplé sus pasos fijos y aleteos lentos como quien esparce la arena. Recorrieron escasos metros. Apuntaron el terreno para el decisivo desove. Las miré agotadas. Fueron decenas y decenas. Muchos veraneantes infructíferos desoyeron toda prudencia. En instantes previos al momento más crucial, las retrataron creyéndose paparazis, prendieron centenares de linternas apuntando sus ojos, permitieron que niños las cogieran e intentaran pintar sus ca...