Conocer a un Nobel,
por Carmen Concha-Nolte
Mi futura madre —auxiliar en una escuela — quedó fascinada con la personalidad del joven Vargas Llosa. Ella, veinte; él, apenas dieciséis. Con ese puñado de años él propiciaba comentarios en toda la escuela: imponente, astuto, periodista en una redacción, agitador de una huelga estudiantil y ávido por el quehacer cotidiano de todos.De mucho se fue apropiando Mario, sobre todo del aprecio y su celeridad para capturar el mundo. Un día, pasó apurado por el patio de la escuela, y caminó al parejo de mamá, y llevaba periódicos, y casi se cae a sus pies en tono suplicante. Ella, seguramente, hubiese sacado fuerzas de debilidad para ayudarlo a levantarse, claro, excepto si al caer le hubiese desajustado su falda kilométrica.Mamá contempló y admiró al joven durante su último año de secundaria. En ...