Cuento de hadas, 1929
Lo miro y me emociono. Es bueno sentirlo a mi disposición, esperando que me estire y lo agarre, muchas veces sin mirarlo, sin la menor consideración. Pero hoy tengo la sensación de haber abierto los ojos a lo que me rodea, de haber perdido por fin el miedo a ver. De estar enteramente en cada momento, sin pensar en el momento que vendrá después, quizás nunca estar en ningún momento.
A partir de ahora prometo respetarte. Prometo buscar la manera exacta de describir lo que representas para mí, encontrar las palabras que te hagan sentir útil entre tantas cosas inútiles. Decir sin miedo que sin ti hay días que no me atrevería a salir de casa y lo indispensable, protectora, incluso saludable que es tu presencia. Es agradable mirar el cielo que se avecina y saber que puedo contar contigo. Tu compañía me hace bien. ¿Cuántas veces me he arrepentido de ignorar sus advertencias y luego pasar horas esperando que el cielo me dejara seguir mi camino? Sí, pienso en las veces en que me acompañó y lo dejé empapado en algún lugar, temblando, resfriado y adolorido en las articulaciones, me siento culpable, despiadado. Siento remordimiento por no saber agradecerte cómo tu presencia me ayudó a caminar por calles mal iluminadas, callejones de dudosas intenciones, en la noche de silencios y enigmas en que cualquier sombra o paso sospechoso se vuelve amenazador.
Prometo mirarlo como si nunca lo hubiera visto. Ponerle un nombre, tal vez cariñoso, que le haga olvidar mi ingratitud. Sin él, mi existencia sería más frágil, conocería otros días. Promesa. Cada momento contigo será solo contigo: mi paraguas invaluable.
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