Fue más o menos así que pasó. Yo leía un libro grueso en un café cerca de casa cuando apareció un vecino del barrio a saludarme al paso. Supe entonces que se llama Antonio. Anda siempre por el barrio con su paso cansado, pero con una linda sonrisa en la cara. No quiso sentarse conmigo. Dijo que estaba haciendo su ronda habitual. Que tenía derecho, después de haber corrido mucho por su vida. Me dijo que hacía 17 años que estaba jubilado de un trabajo que le hizo correr mucho. Me explicó que corría para escaparse de los escobazos de las mujeres cuando aparecía por sus casas para cortarles el agua por falta de pago. Era su trabajo, honesto, pero arriesgado. Ahora no tenía que correr más. Tomaba un cafecito por ahí, otro por allá, y la pasaba tranquilo, caminando por el barrio. Aunque una que otra vez alguna le reconocía y le recriminaba por haberle cortado el agua. ¿Y qué iba a hacer yo? ¡Era mi trabajo, completó!
Sin duda era un trabajo honesto, pero antipático. No todos tenemos la dicha de elegir nuestro trabajo, algunos, como Antonio, acaban teniendo que hacer algo que solo puede granjearle enemigos.