
Soldado jugando ajedrez, 1914-1915
Ferreira adelantó el alfil y yo, decidido, retrocedí el caballo. Movió la torre. Protegí al rey y a la reina. El ajedrez es un juego realmente interesante, sobre todo para la gente que no entiende nada como Ferreira y yo, pero como estamos desempleados, siempre esperando a que el centro de empleos nos busque un curso de formación más inútil o un trabajo para dos o tres días en el servicio de mantenimiento de cualquier hipermercado, nos pasamos la tarde fumando, quemándonos las yemas de los dedos y las uñas, frente a un tablero, tratando de entender cómo la gente puede pasar horas y horas moviendo figuras de plástico en todas las direcciones.
Ferreira soy yo y confieso que envidio a esa gente que se contenta con pasar el dedo por el smartphone y ante cualquier situación extiende el brazo con el aparato en la mano y luego sonríe, como si fuera a su novio o el vecino del tercer piso. También me gustaría levantarme y olvidar que todos los días el espejo se empeña en mostrarme caras que no conozco y que a veces hasta me asustan. Como no me gustan las caras que me muestran el smartphone y el espejo, me armé de valor y decidí ahorrar para comprarme otro, a plazos, de última generación, y un espejo que no me contradiga y obedezca a mi voluntad, cualquiera que sea la hora en la que decida verme en él.

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