Hoy el sol se alinea con la Tierra para regalarnos el equinoccio, ese momento único en que la luz y la oscuridad se miran de frente, como iguales, antes de que una de las dos tome la delantera.
Aquí, en el hemisferio norte, donde ahora me encuentro, este evento marca el preludio del otoño. La naturaleza susurra el fin del verano, y el aire fresco empieza a colarse por las rendijas, mientras las hojas comienzan su inevitable descenso. El día se acorta, como si el tiempo mismo quisiera acurrucarse bajo una manta.
Para alguien como yo, que vivió sus primeros 65 años en Venezuela, esta transición es casi mágica. Allá, las estaciones no existen como aquí; es una tierra de sol constante, de cielos que casi no cambian y de árboles que nunca pierden del todo sus hojas. El viento es suave, como una caricia perpetua, y la vida transcurre bajo una rutina climática que no tiene la urgencia de las cuatro estaciones. Ciertamente, hay lluvias que puntualmente se enfurecen y causan estragos, pero en general la vida sigue su curso sin grandes sobresaltos climáticos. El equinoccio llega, pero pasa casi desapercibido, como un invitado silencioso que no altera el ritmo de las cosas. Los sobresaltos y las alteraciones se deben a otros factores…
Aunque mi corazón siempre esté atado al clima templado de mi Venezuela, ahora, en esta parte del mundo, me maravilla sentir los cambios. Ver cómo el verde de los campos empieza a ceder ante los colores cálidos del otoño, cómo el sol se vuelve más perezoso, alumbra, mas no calienta, y los días se esconden más rápido sin darnos tiempo a terminar las tareas que teníamos previstas.
Es curioso, porque mientras los humanos seguimos inmersos en nuestros problemas y preocupaciones, el planeta sigue su danza, ajeno a nuestras historias, moviéndose en un ciclo perfecto que nosotros apenas alcanzamos a percibir. Mientras el mundo gira indiferente, nosotros seguimos siendo pequeños testigos de su inmensidad.
Finalizo contándote que, aunque no hay evidencia científica que lo respalde, existe una creencia popular que ha perdurado a lo largo de los siglos y se ha convertido en una divertida actividad para celebrar el equinoccio: durante ellos, es más fácil equilibrar un huevo de pie. ¿Lo intentas?