
Retrato conmemorativo de Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, S. XVII
“El retrato representa a Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, la primera mujer europea en obtener un título en filosofía en 1678 en la Universidad de Padua. La excepcionalidad de este hecho, que la distingue de sus contemporáneas, se celebra en la profusión de alegorías, emblemas e inscripciones que se desarrollan alrededor del medallón del retrato”.
Fuente: https://padovamusei.it
El miércoles pasado se cumplieron 347 años de algo que parecía imposible: una mujer, en pleno siglo XVII, doctorándose en una universidad. Y no fue en Inglaterra, ni en Francia, ni en algún rincón reformista del norte de Europa. Fue en la muy católica y ceremonial República de Venecia.
¿Quién estaba a la cabeza de la hazaña? Elena Cornaro Piscopia: hija ilegítima de un noble veneciano y una campesina, quien, a falta de apellido, tenía una voluntad que no cabía en los márgenes de su época.
Dominaba siete idiomas, leía a Aristóteles en griego y lo comentaba en latín. Tocaba el arpa, el violín, el clavicémbalo. Sus tutores (todos hombres, claro) no sabían si hacían bien en educarla porque todo lo quería entender. Y ya se sabe que una mujer que piensa suele ser más peligrosa que una que grita.
Elena quiso estudiar Teología, pero el obispo puso el grito en el cielo. ¿Una mujer doctora en asuntos de Dios? ¡Imposible! Entonces le permitieron Filosofía como consuelo. Y les salió, como dicen, «el tiro por la culata», porque su defensa de tesis sobre lógica aristotélica causó tanta expectativa que hubo que sacarla de la universidad y meterla en la catedral de Padua, ya que no cabía el público: profesores, senadores, curiosos y algún enemigo esperando verla tropezar. No tropezó. Habló en latín, de pie, sin temblar. Y cuando terminó, hasta los muros aplaudieron.
Fue la primera mujer en recibir un doctorado en Europa. Y durante décadas, también la última. Porque Elena abrió una puerta que la universidad se encargó de volver a cerrar con doble cerrojo. Una mujer educada era una amenaza. Una mujer brillante, un escándalo.
No se casó. No fue monja. Fue oblata: ni dentro ni fuera, para poder estar donde le diera la gana. Murió joven, a los 38, de tuberculosis o de cansancio. Está enterrada en una tumba sin nombre, pero su estatua en mármol sigue allí, toga al viento, en la universidad que un día la dejó hablar.

suzansezille@gmail.com
IG @tomadodeaquiydealla