
Fuente: https://pt.wikipedia.org/
La semana pasada les hablé de una mujer «invisible» en el arte… Hoy les cuento sobre otra, «invisible» en las ciencias…
De Albert Einstein, ese genio de melena revuelta que nos vendieron como la encarnación del pensamiento libre y la creatividad desbordante, dicen que cambió la ciencia para siempre. Lo que nunca nos contaron con tanto entusiasmo es que, a su sombra, hubo una mujer que se dejó la vida en ecuaciones que luego firmó él solito. Fue Mileva Marić, física, matemática y, para su desgracia, esposa de Einstein.
Nació en 1875 en Serbia y, en un mundo diseñado para que las mujeres se dedicaran solo al hogar, logró ser una de las pocas que estudiaron física en el Politécnico de Zúrich. Allí conoció a Einstein, con quien compartió aulas, ambiciones científicas y noches en vela despejando incógnitas. Pero lo que empezó como una historia de amor y ecuaciones compartidas pronto derivó en una relación en la que uno brillaba y la otra se opacaba.
No hay pruebas, pero sí indicios jugosos: cartas en las que Einstein hablaba de «nuestras teorías» y el inquietante hecho de que, justo cuando Mileva quedó fuera de juego tras casarse y parir, Albert empezó a publicar en solitario. ¿Casualidad? Uhm… ¡Claro!
La brillante Mileva no solo fue relegada al papel de esposa y madre. Einstein se dio el lujo de imponerle un reglamento «ejemplar»: nada de esperar afecto, ni compañía en la mesa, ni una sola palabra innecesaria. Vamos, que el genio no podía perder tiempo en tonterías. Por supuesto, tampoco hubo espacio para compartir reconocimiento. Ni siquiera cuando, tras el divorcio, el bueno de Albert le cedió parte del dinero del Nobel… Ojo: no por remordimiento, sino porque le salía más barato que pasar pensión.
Mileva, oficialmente, nunca fue coautora de la famosa teoría, porque la historia la escriben los que firman los artículos. El genio de Einstein es innegable, pero su comportamiento con Mileva y otras mujeres deja claro que, en lo personal, distaba de ser un modelo de ética.
Así funciona la teoría: todo es relativo… ¡depende de quién cuente la historia!

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