Hoy es el día mundial de los trabalenguas, ese juego de palabras que nos reta y divierte, y que seguramente ustedes habrán practicado desde la infancia.
El primero que aprendí fue: «El arzobispo de Constantinopla se quiere desarzobisconstantinopolizar, aquel desarzobisconstantinopolizador que lo desarzobisconstantinopolizase, buen desarzobisconstantinopolizador será»… Este trabalenguas tiene sus raíces en España, pero se popularizó en los países de habla hispana por su nivel de dificultad y su tono absurdo. Es un verdadero reto, ya que exige precisión y rapidez al pronunciar las largas y complejas palabras.
Curiosamente, el origen de estos enredos lingüísticos no está del todo claro… Tal vez nacieron en la antigüedad como ejercicios para mejorar la dicción, porque de lógica no tienen nada. Por ejemplo, el clásico «Tres tristes tigres tragaron tres tazas de trigo en un trigal». ¡Qué revoltijo de tigres en un campo de trigo, como si fuera lo más normal! ¿Por qué están tristes? ¿Y por qué están comiendo trigo, si son tigres? ¿Acaso el trigo les quitará la tristeza? Si son celíacos, como que no. Son preguntas sin respuesta que nos hacen tropezar cada vez que intentamos declamar el trabalenguas con dignidad.
Luego están los trabalenguas menos conocidos, como el popular en México: «Parangaricutirimícuaro». Si logras decirlo bien tres veces seguidas, recibes el respeto del público, incluyéndome. ¿Qué es Parangaricutirimícuaro? Pues es un volcán en Michoacán, aunque la palabra suena más como un hechizo de Harry Potter que como algo que puedas mencionar casualmente.
Termino con unos venezolanísimos que juegan con la repetición de sonidos y son especialmente divertidos cuando se intentan decir rápido y enseñárselos a los nietos: «Compadre, cómpreme un coco. Compadre, no compro coco porque poco coco como» y «El cielo está enladrillado, ¿quién lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será». Parecen fáciles al inicio, pero cuando intentas decirlos varias veces seguidas…
Mi reto hoy fue con el corrector de la computadora, a ver si me dejaba las palabras tal como yo las escribía, y ¿saben qué? ¡Le gané!