La primera plana era contundente; aquel hombre había logrado lo nunca visto: “Gracias a él y su visión de futuro las generaciones por venir tenían asegurado un horizonte luminoso y prometedor” declaraba el poco humilde personaje sobre sí mismo. Yo ya estaba harto de leer sobre promesas vagas y poco comprobables y le lancé el periódico a Manolo, quien, con desgano, paseó su mirada por las primeras líneas y después siguió refrescándose con una cerveza tan fría como el corazón de la Bruja malvada del norte y mirando su propio horizonte.
─ ¿Le conoces? ─ pregunté refiriéndome al visionario de turno.
─ No… conocí a Toño, pero a este Antonio no lo conozco.
La respuesta era provocadora y, por supuesto, pedí aclaratoria.
Toño era el mejor amigo de Manolo en la universidad, juntos estudiaron y lideraron varios movimientos para defender los derechos humanos. Hasta habían estado presos juntos y, según Manolo, nada une a las personas tanto como compartir un cautiverio.
Ambos escucharon cantos de sirena de algunos partidos políticos para hacer de su lucha algo corporativo, para pasar “al siguiente nivel”.
─ Toño se convirtió en un militante de relevancia, pero yo no seguí su camino.
─ ¿Por qué? ¿te disgustaba que otros te dijeran qué hacer? ─ le pregunté.
─ No, simplemente comencé a darme cuenta de que, mientras más nos exigían mostrar lo que íbamos a hacer, más perdía el rumbo de lo que me impulsó al principio.
Manolo me explicó con reflexiva nostalgia que es muy difícil resistir la vanidad que nos produce estar en las primeras planas, asistir a entrevistas o sonreír a un enjambre de periodistas a los que distraes con humo sin perder la sonrisa. Esa misma vanidad te hace olvidar por qué querías hacer lo que haces. Ya no laboras por los demás, solo lo haces para ti mismo. Por eso Manolo se separó de aquel Toño que ahora es don Antonio.
─ Las razones para hacer algo son tan importantes como lo que haces, porque si no eres honesto contigo mismo, algún día no lo serás con nadie.
Manolo desconfía de quien no hace nada anónimamente, incluso duda de él mismo y de su labor semanal de mejorar la capacidad de lectura de un vecino.
─ A veces me pregunto si lo hago para yo sentirme bien, nada más… pero bueno, tampoco puedo quedarme sin hacer nada.