La nobleza, como todo grupo de personas, está integrada por individuos que van desde mentes brillantes hasta espíritus grises. Están los afortunados, quienes cuentan con la simpatía casi incondicional del público, y aquellos que, con razón o sin ella, se ganan el calificativo de impopulares.
Recientemente, falleció el príncipe Miguel de Grecia y Dinamarca, quien no llegó a sumar gran centimetraje en la prensa y que sin embargo, fue un auténtico protagonista de la historia y muy apreciado en su selecto círculo de allegados. Se licenció en Ciencias Políticas en París, además de ser un políglota culto. Se entregó a la lectura y a la escritura de artículos y libros que narran historias y muestran capítulos de la vida en los distintos palacios europeos con una mirada íntima y alejada de prejuicios.
Apreciado por su familia vinculada con casi todas las monarquías europeas, tuvo una infancia difícil porque muy joven conoció la orfandad, la pobreza y el exilio. Se casó con Marina Karella, una artista consumada, lo que le permitió dedicarse a la escritura. No solo escribió libros donde la historia y la vida de las cortes europeas son protagonistas, también realizó entrevistas a personalidades como a Nancy Reagan, dando fe de la sagacidad de esta mujer ante la prensa. Fue amigo de grandes protagonistas de la sociedad neoyorquina como Diana Vreeland, a quien calificó de extraordinaria, única e inolvidable.
Creador del site que lleva su nombre, ventiló acontecimientos, secretos familiares, viajes y hechos vinculados con la cultura. Pero también editó libros, todos de corte histórico, entre ellos destacan Una vida en imágenes, editado por Rizzoli y prologado por su hija Olga de Saboya-Aosta. En colaboración con Helen Helmis-Markesinis y Arturo E. Beéche editó The Royal Hellenic Dynasty. Otros títulos de su autoría son La Historia de Carlota, emperatriz de México, Viviendo con fantasmas: once cuentos extraordinarios, Luis XIV, el otro lado del sol, para citar algunos. Miguel de Grecia y Dinamarca no deja noticias escandalosas, pero sí nos facilitó adentrarnos en la vida palaciega de una manera más íntima, como buen amante de lo inexplorado.