Un segundo latido,
por Alfredo Behrens

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        El parque se había convertido nuevamente en el reino de Policarpo. Tres meses después de su revolucionaria cirugía, el perro de trece años se movía con energía renovada, sus patas pisando con confianza sobre el césped donde una vez se había desplomado.

Fue durante su paseo cuando la nariz de Policarpo captó un aroma que hizo que sus orejas se irguieran. A la vuelta del sendero, una mezcla de spaniel color crema olfateaba intensamente la base de un plátano.

Policarpo se acercó con la dignidad de un caballero mayor. Su corazón, ahora regulado por el marcapasos bajo su pelaje, mantenía su ritmo confiable incluso mientras su interés aumentaba. La perra —Luna, según la etiqueta de su collar— se volvió hacia él con curiosidad.

Su nombre, Policarpo —que alude a la abundancia de frutos que da un árbol— parecía ahora irónicamente apropiado, como si este perro veterano estuviera experimentando una nueva temporada de vida fértil gracias a la tecnología implantada en su pecho.

Luna era más joven, con ojos brillantes y un paso enérgico. Para sus sentidos, Policarpo presentaba un enigma. El sitio quirúrgico había sanado, pero el objeto extraño bajo su piel alteraba su olor natural de maneras imperceptibles para los humanos pero notables para la sensible nariz de otro perro.

Cuando Policarpo la invitó a jugar, sus movimientos llevaban la ligera vacilación de un perro que recordaba la debilidad. Las sutiles señales electroquímicas de su marcapasos creaban un leve campo electromagnético—potencialmente perceptible para otro animal en contacto íntimo.

Luna presionó su oreja contra el pecho de él, quizás percibiendo la precisión antinatural de su latido—una constancia mecánica donde un corazón natural variaría con la excitación. Sin embargo, estas diferencias no parecían molestarla. En la realidad directa de los perros, él era simplemente él mismo: un macho mayor con ojos amables y un corazón peculiar.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, Policarpo trotaba a casa con una ligereza en su paso que no tenía nada que ver con la intervención médica y todo con la simple alegría de ser un perro entre perros una vez más.

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