Tres lugares se disputan en Corfú, esa isla jónica sembrada de olivos y cipreses frente a la costa noroccidental de Grecia, haber sido el sitio donde la furia del dios Neptuno hizo naufragar a Ulises después de haber sido liberado por la ninfa Calipso. Los tres parajes, Kassopi, Paleópolis y Paleocastrizza, reclaman su encuentro desnudo con Nausica, la hija de Alcínoo, rey de los feacios, hombres amantes de los remos y a quienes les gustaba navegar por mares cubiertos de espuma.
Algunos historiadores y periodistas, racionalistas en exceso, critican como sentimentalismo mítico esa necesidad de encontrarle historias a los lugares, referencias, por lo general, contradictorias e imprecisas o, muchas veces, hasta falsas. Ante ello, algunos poetas de la isla han protestado diciendo: “nos negamos a sentirnos confundidos por hechos como estos. Primero es necesario para esta isla encantada que su paisaje sea endulzado por semejante fantasía”. Y, efectivamente, la fantasía tiene que arropar todo viaje para que el trayecto despegue su fuerza interior, su cara mágica.
Cualquier motivo es válido para viajar y lo hacemos por infinitas causas y razones. Esta vez, para terminar el verano, decidí seguir los pasos de dos escritores que me habían cautivado de joven: Lawrence Durrell y Henry Miller. Visitar las casas en que vivieron y escribieron, las calas transparentes en que se bañaron, los bares en que mantuvieron sus ingeniosas conversaciones, fue una manera distinta de transmitirle emoción a espacios que hubieron podido ser neutros, de dar sentido a un viaje y llegar a comprender, como esos mismos escritores, que “otros países pueden ofrecer descubrimientos en costumbres o historia o paisaje; (pero) Grecia ofrece algo más difícil: el descubrimiento de sí mismo”. Así, con La celda de Próspero, de Durrell, y El coloso de Marusi de Miller, como guías y libros de cabecera, descendí el escarpado camino para llegar a la playa dorada de Myrtiótissa o tomé una copa de Retsina en la Casa Blanca, donde Lawrence y Nancy vivieron en la calma bahía del pequeño pueblo de pescadores de Kalámi.
Hoy Corfú tiene otro atractivo literario. El hermano menor de Lawrence, Gerald Durrell, obtuvo una fama casi mayor que la del autor del Cuarteto de Alejandría con un graciosísimo libro: Mi familia y otros animales, que luego completó con dos más para componer La trilogía de Corfú, que describe su vida en la isla desde 1935 hasta 1939, convertida en serie televisiva. Un viaje literario es un pórtico que amplía la mirada porque la belleza del lenguaje y la palabra son creadoras de mundos.