La vida para ser narrada, por Áxel Capriles M.
Desde muy pequeño viví lo que hoy podríamos llamar una disonancia cognoscitiva. Nacido en una familia culta de lectores empedernidos (mi padre solo valoraba al que leía), a mí me era muy difícil leer. Los libros se me hacían eternos, me costaba terminarlos, me quedaba dormido en el sofá. La Odisea, La Ilíada, Don Quijote de la Mancha, aún en versión infantil, representaron un esfuerzo descomunal, casi una ordalía. La Biblia la logré atravesar mediante una edición de dibujos animados. Y a pesar de que los libros de Julio Verne y Emilio Salgari me divertían y eran lo suficientemente breves como para soportar mi silábica lectura, recuerdo que yo era objeto de broma cuando en casa decían que leer Dos años de vacaciones de Julio Verne me había tomado dos años. A los 8 o 9 años, la obra de A.J. ...