
Fuente:https://nayberg.org/
“…lo que se escribe puede ser mejor y más breve al mismo tiempo, siempre que la idea sea buena y esté clara en mi cabeza…”
Desde que inicié mi colaboración con Atril disfruto y sufro con ella. Me explico: disfruto escribir, de que lo que escribo pueda agradarle a algunas personas y también disfruto el compartir espacio con quienes todavía defienden la lectura más allá de las crípticas simplificaciones a las que los medios sociales han reducido el lenguaje y también las ideas.
Sin embargo, también sufro porque Luli, la jefa, tan heroica en comandar la iniciativa de esta publicación semanal contra viento y marea, es igual de feroz a la hora de mantener los 2.000 caracteres como el límite máximo que podemos utilizar. En algunas ocasiones, cuando termino la primera versión de un artículo que me gusta mucho y me doy cuenta de que tiene 2.967 caracteres creo imposible reducir la “grandeza de mis ideas” en 967 caracteres. Y la posibilidad de “pasar por debajo de la mesa” o de “hacerse el indio” desde luego que no califica con Luli.
Pero como dicen por ahí, del sufrimiento es de donde más se aprende y ha resultado que, después de varios años de trabajo, me doy cuenta de que lo que se escribe puede ser mejor y más breve al mismo tiempo, siempre que la idea sea buena y esté clara en mi cabeza. Aunque eso no es todo, por supuesto.
Tengo que hacer una confesión.
Cuando le hablé a Manolo de que podía escribir sobre algo importante para mí que me hubiera llegado vía Atril, fue él quien me sopló la idea de lo que había significado forzarme y esforzarme a domar mi tendencia al exceso y reducirla a 2.000 caracteres.
─ Claro que también deberías hablar de mí ─ me dijo sin ninguna vergüenza y pasó a aclararme por qué pensaba eso.
Gracias a él, que es mucho más parco que yo y que no se distrae con tonterías, yo había aprendido a contenerme y a buscar cómo no decir en cuatro palabras lo que se podía decir en una o dos. También había aprendido a ver un poco más allá de las apariencias y a no dar “respuestas automáticas” a muchas dudas y preguntas.
De manera que, así como reconozco mi deuda con Atril y su equipo, también debo reconocer mi deuda con Manolo, no solo por lo que él me apunta, sino porque un compañero como él (a pesar de su tendencia a tratarme como a un iluso) es un lujo que puedo permitirme gracias a que siempre está ahí para ayudarme a no superar la barda de los 2.000 caracteres aun cuando hablemos de asuntos que parecieran no caber en tan corto espacio.

Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com