A última hora,
por Alfredo Behrens

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      Yo tenía un amigo brasileño que trabajaba como ingeniero de construcción civil. Era un hombre muy afable, muy humano y un excelente líder. Me contaba que a pesar de que le daba tiempo a la gente para que le dijeran si necesitaban algo más antes de irse de la obra, siempre aparecía alguien que le decía, “¡Ah, jefe, por favor!” y él sabía que tenía que bajar el vidrio del carro y eventualmente tomar una decisión en un momento inoportuno.

Recordé esta historia al leer hoy el caso de un señor gallego que acudió al entierro de un sacerdote católico para pedir una prueba de ADN, porque él sabía que era su padre. Su madre acababa de decírselo, pero nadie más en el pueblo lo reconocía como tal, a pesar de las burlas socarronas que le persiguieron por décadas.

Bueno, no era el momento, tal vez, pero fue el momento que este buen gallego consiguió para tomar coraje, e ir al entierro para pedir una prueba de ADN. Por lo menos a los hermanos del difunto, que estaban presentes. En fin, la familia legal del difunto, que tenía algunos intereses financieros en la decisión, se aseguró de deshacerse del cuerpo cuanto antes y lo cremaron. Con lo cual la prueba de saliva, u otras, quedaba perjudicada. El buen gallego decidió de todas formas acudir a la justicia para hacer valer sus derechos. La jueza sentenció a su favor.

De manera que ahora tendría un padre dos veces, el sacerdote muerto y el padre que lo había engendrado.

La pregunta que tenemos que hacernos, o son varias preguntas, es ¿por qué dejamos las cosas hasta último momento? Principalmente cosas que nos son importantes, y que probablemente hurgan en nuestras entrañas por años, pero solo tomamos coraje cuando ya casi no hay oportunidad de hacer más nada.

Pero supongo que es ese el momento que Dios nos da para hacernos esas preguntas y hacer algo que tendríamos que haber hecho tal vez muchas décadas atrás. En fin, les dejo la reflexión.

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