Adam Pérez, por Alfredo Behrens

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    ¿Disciplina o creatividad? Esa parece ser la cuestión para decidir en la enseñanza escolar. Mi escuela tendía hacia la disciplina. Había sido fundada para educar a los hijos de los funcionarios ingleses de los ferrocarriles. Enseñar a andar en los carriles estaba en el ADN de aquella escuela. Tanto era así que en mi escuela enseñaban algunos ingleses jubilados, capturados en el remanso de sus carreras.

Por aquella época, durante los recreos de media mañana, aparecía un señor de bigotitos con una cesta de sándwiches caros de pan algo seco y rellenos de poca cosa. Nos robaban en el precio, en el producto y en la vida que nos llevaba aguardar en la fila. Resulta que una maestra de nuestra primaria, en el robo por el de bigotes vio una oportunidad para complementar su salario y pasó a traer bandejas de sándwiches de buen pan, mejor relleno y más baratos. La fila que antes se formaba frente al de bigotes se cambió para la de la maestra. El tamaño de la fila hasta podría haber aumentado, pero la recompensa era mayor, a un precio menor. El vendedor de bigotes llegó hasta regresarse con su cesta llena, ante la expresión burlona de los alumnos, sus antiguos clientes.

Esto, que en escuelas más creativas podría hasta haberse usado para enseñar la ventaja de los mercados competitivos, acabó sin explicación. La maestra dejó de vender sus sándwiches y nosotros tuvimos de hocicar haciendo nuevamente fila frente al de bigotitos. Nunca supimos lo que pasó. Cundieron teorías conspiratorias del tipo de la intervención de una “mano invisible” pero ferrocarrilera y ahí se quedó la cosa. Adam Smith se habría revuelto en su tumba, si alguien lo hubiera invocado.

Fue así como nos educaron sin imaginación, para tolerar desesperanzados un mundo de gobiernos intervencionistas y mercados protegidos para productos poco competitivos cuya oferta demandaría pocas ideas y pagaría salarios bajos.

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