Coleccionistas, por Lucy Gómez

¿Coleccionan algo? A ver, ¿qué coleccionan?  Yo he visto de todo – desde las consabidas cajitas de fósforos, cajas de cigarrillos, ropa antigua, pitilleras, máquinas  de escribir, latas de refrescos, sombreros, cintas… Si es por coleccionar, puedes tener lo que  quieras. Te puedes perder (mentalmente, digo) entre las toneladas de cosas que se pueden coleccionar.

También hay quienes no coleccionan nada, porque le tienen rabia a la acumulación de cosas “inútiles”, llenas de polvo, de recuerdos o ilusiones.

Pero no hay nada como iniciar una colección. Verla crecer, cuidarla, registrarla. Yo tengo inclusive colecciones imaginarias: los libros que me habría gustado tener, las islas exóticas que pienso visitar. Los amores que he tenido y pienso que lleguen…

Con Internet, la colección de páginas web que existe en las bibliotecas virtuales constituye una supercolección abrumadora de información. Uno no sabe por dónde empezar,  igual que las cinematecas virtuales, que te ofrecen de a doscientos y trescientos films de una vez, toda una indigestión.

Pero sigo abogando (ya a estas alturas se habrán dado cuenta que soy del bando de las coleccionistas natas) por las colecciones personales, aquellas en las que cada objeto te remite a un día, una persona, un perfume, un abrazo.

También se pueden coleccionar seres vivos. En mi caso plantas. Hay quien tiene acuarios o super hormigueros (están de moda ahora) por la misma razón. Las personas a veces coleccionan personas, pero ese tipo de colección tiene algo de inhumano, me parece un afán de calculada posesión que no me gusta.

Otro detalle es que siempre se puede empezar a coleccionar algo. He pasado por monedas antiguas, piedras semipreciosas, orquídeas y bromelias, encajes, recetarios de cocina, libros de aventuras, especialmente francesas, novelas de ciencia ficción, de antiguas religiones, de crimen y misterio. No sean tímidos. Coleccionen sin pena, que somos millones.

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