Fue tan violenta la explosión del tanque al romperse, que una de sus secciones de 37 metros cuadrados y 2 toneladas de peso, fue lanzada a más de 55 metros de distancia donde cortó en dos uno de los gruesos pilares de acero del tren elevado. Entre los casos más curiosos, está el de un sorprendido ciudadano de Boston, el cual huyendo de la creciente, fue alcanzado por ésta y al trastabillar y caer, en lugar de ahogarse en la viscosa y dulzona corriente, cayó sobre una mesa de madera que flotaba sobre ella y tripulando su improvisada nave, viajó con el espeso río hasta llegar al mar de donde fue rescatado por el buque de guerra Pawnee, pegajoso y empapado pero vivo.
Fue sólo en la tarde que el terrible torrente se detuvo, la melaza comenzó a estancarse y entonces comenzó la pesadilla. ‘Todo estaba cubierto por una pegajosa y aromática capa dulce que era casi imposible remover. Se necesitaron muchos meses y verdaderos ríos de agua para poder devolver algo de normalidad a la zona pegosteada de Boston. El saldo del baño de melaza en la ciudad fue de varios millones de dólares en pérdidas, 200 muertos e incontables heridos y desaparecidos.
La huella del evento ha quedado en calles y edificios hasta el día de hoy como una marca parda y obscura en los mismos. Los viejos residentes de la ciudad dicen que, cada vez que llueve, un aroma dulzón y persistente perfuma el aire en el barrio norte de Boston, donde una vez hace mucho tiempo, se reventó el gran tanque de la melaza.