El mundo del deporte profesional se ha visto sacudido por una noticia, que no es un escándalo por algo malo, pero no deja de generar controversia. Se trata del contrato que ha firmado el japonés Shohei Ohtani con el equipo de Grandes Ligas Dodgers de Los Ángeles.
700 millones de dólares fue la cifra, dejando muy atrás los 300 que alguna vez acordaron los Tigres de Detroit con Miguel Cabrera. Astronómica, una bicoca, una cifra de escándalo, de todo se ha dicho sobre el asunto, y no todo es bueno.
No faltan los que critican y se preguntan por qué un deportista debe ganar tanto. Desde un punto de vista, la respuesta es obvia: los dueños de equipos pagan eso porque saben que van a recuperar la inversión con la publicidad, ventas de entradas y de camisetas, derechos de televisión…
Pero, también se entiende que la pregunta apunta hacia el aspecto ético de la cuestión. Digo, más allá de la alegría momentánea que produzcan un ponche o un jonrón, un gol o una cesta de tres puntos, ¿en qué se beneficia la humanidad con todo esto?
Una amiga me dice que esas cifras deberían pagárselas, por ejemplo, a los que dieron con la vacuna del COVID, por mencionar un caso de acciones que dejan más que lo que haga cualquier equipo. Le concedo cierta razón, a pesar de que soy un apasionado de casi todos los deportes.
Y aunque muchos deportistas usan sus astronómicos salarios para darse gustos y placeres, otros para invertirlo en sí mismos (como hace LeBron James) o para ganar más y más (como Jordan), también hay quienes deciden hacer algo bueno con su dinero, realizando una continua labor social a través de fundaciones, como Sadio Mané, entre otros.
No sé a qué destinará el beisbolista nipón todo ese dinero. Ojalá le dé un buen uso. Yo tengo para mí que una persona puede vivir más que holgadamente con un millón (da igual que sean dólares o euros). Sólo espero que Ohtani se acuerde de mí cuando decida repartir los 699 millones restantes, si es que lo hace. Sayonara.