¿Has deseado alguna vez cambiar de vida, tener un nuevo comienzo? ¿Has querido mudarte a otro lugar, romper con tu pasado, reinventarte? ¿Has sentido la necesidad de un cambio profundo en tu vida amorosa, en tu relación de pareja, en tu carrera profesional? ¿Has sentido el reclamo de una transformación radical? Casi todos los seres humanos recorremos el camino que nos toca vivir con al menos dos argumentos, el de la ruta central sobre la que hemos desembocado y que en cierta manera elegimos, y el de otra existencia más tenue, como la del pasajero que se quedó rezagado, que fue dejado de lado en alguna bifurcación. Muchas veces, la seguridad y la estabilidad soportan una vida monótona que oculta otra vida soñada, luminosa, más auténtica y poblada de creatividad. Hay numerosos momentos de inflexión que abren la puerta a los grandes cambios: revelaciones, enamoramientos, crisis económicas, atravesar una dolorosa enfermedad, escapar de la muerte. Pero todos los seres humanos, de muy diversas formas, reales o simbólicas, tenemos la necesidad vital de sentir, al menos, la posibilidad de un nuevo comienzo.
La idea de poder rebelarse al destino y de actuar conforme a nuestra propia y más íntima voluntad es moderna. Nadie en la Edad Media hubiera osado pensar en cambiar de vida y comenzar de nuevo, en iniciar libremente la gran aventura de su existencia. Hoy, la movilidad transmoderna nos asoma a otro horizonte. Cambiamos más fácilmente de ciudad, de profesión, de pareja. La gran pregunta, sin embargo, es si los cambios de vida implican realmente cambios en nosotros mismos. ¿La mudanza acompaña la metamorfosis de nuestra propia personalidad? Porque lo más probable es que, más allá de la fantasía, los cambios en el mundo exterior se encuentren sorpresivamente con las repeticiones de nuestro carácter. Sí, es cierto que hay rupturas, giros violentos y conversiones, pero también hay viajes, ritos de transición y grados de enfoque. De allí que el título de este artículo: comenzar de nuevo, puede convertirse en un dije o amuleto que conviene llevar en nuestro inventario mental todos los días. Porque los nuevos comienzos son, a fin de cuentas, las variaciones de actitud que podemos poner en práctica a diario, las pequeñas mudanzas, la curiosidad renacida, el ingenio, las atenciones, amabilidades y detalles que pueden llenar sorpresivamente nuestras relaciones y actividades habituales, las mínimas pero esforzadas variaciones de rutina. Por eso cada celebración de Año Nuevo es una puerta a la transformación, porque nos da el horizonte para pensar y planificar aquello que podemos cambiar más acá del gran cisma o de la gran revolución. “Quod vitae sectabor iter”, “¿qué camino seguiré en esta vida?”, fue la frase de un poeta latino que Descartes encontró en un libro de un sueño que lo impulsó a dedicarse a la filosofía. Yo respondería hoy que es el camino de los pequeños comienzos, los comienzos de todos los días.