El tipo ahora llevaba una vida muy metódica. Todas las noches, andaba el mismo número de pasos hasta su cuarto para dejar caer sobre la silla su ropa del día. Pero ese día sobre la silla había una mujer desnuda sentada. Reconoció tanto la cara cuanto el cuerpo de esa mujer, y también reconoció que ambos pertenecían a personas diferentes que había amado durante la misma época. Él siempre creyó que ellas no lo sabían, pero aquí estaban mancomunadas y solo podría ser contra él. “Acuéstate”, le dijo la cara, “que sabemos lo que te gusta”, mientras la del cuerpo lo agarraba por donde siempre. Él tuvo miedo, pero se dejó llevar, aunque fuera para escapar de la monotonía.