Fuente: https://desenio.com/
En mi caminata de hoy me encontré con una señora que llevaba de la mano a un cocodrilo de peluche que asumo que era su nieto.
Tenía que haber nacido otro día para no hacerle fiesta. A pesar del invierno, el niño debía de estar muy acalorado, pero aun así se irguió orgulloso cuando celebré su personificación de reptil.
Me acordé inmediatamente de mi disfraz de tomate, una especie de malla roja con un salvavidas forrado en fieltro verde y en la cabeza un sombrerito que hacía juego.
Como todo disfraz, era de una tela barata y tras innúmeras lavadas se fue desdibujando.
Pero a mí me pasaba lo que pasa cuando el amor está de por medio: ni envejecía, ni se desteñía, ni se notaba que comenzaba a quedarme pequeño. Yo seguía protagonizando mi papel de tomate y recuerdo que eso me hacía muy feliz.
No sé en qué paró, o mejor, sé que no paró, porque continúa incólume en mi memoria y mi afecto hasta el sol que hoy nos ilumina.
Espero que al cocodrilito con quien me crucé hoy le suceda otro tanto…
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
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