Hoy salí a comprar un pan y una rosa.
El pan porque se me acabó y me gusta en el desayuno.
La rosa, para complacer un deseo de alguien muy especial, una niña de cuatro años, mi nieta Natalia.
Hace poco tiramos una piedrita al río y le dije que pidiera un deseo. Ella dijo que su deseo era una flor.
Y yo me dije, “bueno, una rosa para Natalia”.
Esta mañana, cuando iba en camino a la panadería y floristería, ya intuía que ésta, no era una misión ordinaria.
Compré el pan y una rosa de color coral.
Salí de la tienda con una sensación de plenitud difícil de explicar, como si no me faltara nada, ni en mi despensa, ni en mi vida.
Conduje hacia mi casa dispuesta a desayunar y sorprender a Natalia con su flor, su deseo cumplido.
Y así termina esta historia.
Simple y fugaz, como un pan o una rosa.
El resto del día me dediqué a respirar la vida y su perfume.
Para finalizar, comparto una de esas frases inolvidables, que descubrí con mi amado esposo, hace muchos años en un pueblito galés:
“Si en la vida sólo me quedaran dos centavos, con uno compraría un pan y con el otro una rosa. El pan para mantenerme vivo y la rosa para tener una razón para vivir.”