
Lucha de leones, 2007
Fuente: https://johanhoekstrawildlifeart.wordpress.com/
¿Cuáles eran los intereses comunes que llevaron a esa alianza estratégica entre dos individuos que comparten algunas características o rasgos de personalidad no tan favorables para la comunidad influenciada por ellos, como la egolatría, el narcisismo y la riqueza económica? Uno, además, con riqueza tecnológica; el otro, con riqueza política.
Claro, después de los hechos, todo el mundo es profeta.
Los más osados dirán: eso se veía venir, porque dos personalidades de ese tipo tenían que repelerse algún día. Otros, más cínicos, sentenciarán que el interés común no era otro que el poder, nunca el bien común. Y quizás no les falte razón.
Lo cierto es que cuando ambos se unieron, la escena pública se estremeció. Para algunos fue una alianza brillante, el matrimonio perfecto entre la innovación y la gobernanza. Para otros, una advertencia velada: el comienzo de una concentración peligrosa de poder e influencia, una simbiosis artificial con fecha de vencimiento.
Compartían mucho más que intereses: compartían la creencia de que el mundo era un tablero de ajedrez donde las piezas podían moverse a voluntad si uno tenía suficiente dinero o respaldo popular. Uno creía en la superioridad de la tecnología como herramienta para rediseñar el futuro; el otro, en la supremacía del discurso como arma para moldear las masas. Se reconocieron mutuamente como piezas clave para alcanzar una hegemonía personal, disfrazada de cooperación.
Durante un tiempo, funcionó. Cada uno se alimentaba del brillo del otro, mientras la maquinaria avanzaba. Pero el narcisismo no sabe compartir el espejo. Y cuando uno comenzó a opacar al otro, cuando el elogio dejó de ser mutuo y se volvió competencia, la alianza empezó a deshilacharse. Lo que los unía —la ambición, el deseo de trascender, el poder — fue, al final, lo que los separó.
Como suele pasar con los tratos sellados por el ego: arden rápido, brillan intensamente y luego se consumen en silencio.
Finalmente, por lo dicho por ambas partes no creo que haya reconciliación, porque en esos egos el orgullo no lo permite.
La alianza brillante terminó en la tormenta perfecta. ¿Tengo que decir los nombres?

Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
getuliobastardo@yahoo.com.mx