El balde, la mopa, el divorcio – Ricardo Martins

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Estaba arrodillado junto al cubo. En un esfuerzo por escurrir el paño del piso. No lo quería ni demasiado húmedo ni demasiado seco.

Había una ciencia en ello.

En todo hay una cierta ciencia. Esa ciencia que da un barniz de aprecio a las pequeñas tareas cotidianas. A tareas automáticas. Las cuales se llevan a cabo a través de media docena de sinapsis. Sin darnos cuenta de su principio, ni de su final.

Instalé el paño uniformemente mojado, no empapado, en la escobilla de goma. Pero me saltaré la explicación científica de este acto. Te perdoné, querido lector.

Mientras me preparo para darle el primer empujón a la fregona, se para frente a mí y declara:

– Quiero el divorcio.

Así, sin signo de exclamación. Como pidiendo cortar 350 gramos de queso en una panadería, mientras mira los bollos de pan en el mostrador.

Y yo, en posición de pasar la fregona por el suelo, me detuve. Sentí una especie de punzada en la espalda baja, antes de que el cerebro asimilara la comunicación realizada.

Dependiendo de la situación, el cerebro se mueve de una manera que se asemeja a las bolas en una mesa de billar donde juegan dos personas con discapacidad visual. Golpean, rebotan y rara vez entran a la tronera.

Tal cerebro sólo me llevó a darme cuenta, en ese momento, de que estaba pisando el suelo mojado. Y con los zapatos sucios.

Fue justo lo que pensé. Zapatos sucios en el piso que estaba limpiando.

Y ahí estaba yo. Medio encorvado, sujetando una escobilla de goma unida a un paño ni demasiado húmedo ni demasiado seco, escuchando una petición de… divorcio. Y molesto por el zapato sucio en el suelo en el proceso de limpieza.

¿Y ella? Miró con esa mirada de 350 gramos de queso y se fue. Ensuciando el suelo.

¿Y yo? Al diablo con el cubo, la escobilla de goma y el trapo mojado y sin remojar.

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