Había una vez una anciana tía, química para más señas, que cuando se publicaba la noticia de la contaminación de algún alimento o lo dañino que resultaba comerse algo porque estaba hecho con una sustancia peligrosísima, comentaba sarcástica que, si supiéramos todo lo que comemos, probablemente no probásemos bocado.
No estoy de acuerdo con la tía. Como era químico, de este tema probablemente sabía demasiado para ser feliz. Yo estoy a favor del balance. ¿Nunca se han sentado a leer por completo la etiqueta de cualquier producto comestible, desde helados a hamburguesas? Pues háganlo, puede ser un texto absolutamente sorprendente y declarar cosas que jamás se esperarían en un helado de fresa, incluyendo trazas de madera de abeto.
Estoy hablando de los ingredientes, pero falta por saber los nombres y verdaderos efectos de miles de sustancias que no se declaran y son parte importante de nuestra comida y vida diaria, como las pelotitas de micro plástico o los residuos químicos que dejan el humo y la gasolina. También, que conste, hay otras cosas peligrosas que se encuentran en el agua o depositadas sobre nuestros muebles, cortinas y ropas.
Lata de sopa Campbell, 1968
Además de contaminarnos, de paso contaminamos a todo el mundo, especialmente lo hacen los fumadores. La nicotina es una de las sustancias que les tiñe los dedos y los pulmones de amarillo, pero también llevan virus del mosaico del tabaco a las plantas de los jardines de otros. En fin, para no ponerme más pesada con las sustancias dañinas que se expanden cuando se pinta la casa, se sale en el carro, se hace parrilla, ponemos música a todo volumen o viajamos por avión, diré que el primer paso antes de hacer algo práctico para limpiar por lo menos el ambiente familiar, es estar conscientes de nuestras acciones. No sirve de nada hacer como que no es con nosotros. Hay que ser un contaminador consciente, por lo menos.
es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
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