Me he vuelto impaciente. Quiero mensajes cortos, precisos, que la gente vaya al punto. Un artículo de más de 2.000 caracteres me parece largo. Veo un reel pero no una prolongada entrevista en televisión. Mi tiempo corre ciegamente con prisa y creo que no estoy solo ni soy el único que siente esta abrumante sensación de perentoriedad. El tiempo se ha acortado y hasta el tempo lento tiene un ritmo distinto. Durante mi juventud, me jactaba de la afición a directores de cine como Michelangelo Antonioni o Alain Resnais. Hace poco invité a un grupo de amigos a ver El año pasado en Marienbad, de Resnais. Unos se fueron enseguida ahuyentados por la película y otros se quedaron dormidos. A todos les pareció aburridísima. Las tomas y aproximaciones lentas, las conversaciones y sucesos que se repiten con distintos ángulos del château exasperaron primero y adormecieron después. Ya casi nadie soporta la lentitud del cine arte italiano de los años 60 y 70. La tonalidad de las películas de acción ha penetrado toda la filmografía.
Comencé a escribir en el diario El Universal. Era un periódico de gran formato, el formato denominado sábana de unos 600 mm de alto por 400 mm de ancho a ocho columnas. Algunos escritos ocupaban una página entera. Y la gente los leía. Años después me pidieron rebajar a 3.500 caracteres. Luego a 2.500. Tuvimos que aprender a escribir de forma sucinta, artículos más sintéticos. Los lectores, definitivamente, querían artículos cortos. Y es que la exposición a un universo más amplio se nos ha convertido en ansiedad, en un querer estar informado de todo, desear al mismo tiempo todo. En las obras de teatro de Antón Chéjov encontramos personajes capaces de aburrirse en los prolongados y calientes días de verano en las haciendas rusas. El tedio y aburrimiento han dejado de ser experiencias posibles. Ya no hay tiempo para ello. En mi infancia, los niños teníamos que ingeniárnoslas para pasar las largas vacaciones escolares. Hoy los atapuzamos con todo tipo de actividades, clases, deportes, entrenamientos. Hace décadas, en los congresos científicos de psicología, las conferencias duraban una hora y luego había un período de discusión durante un lapso de tiempo igual. Hoy los mismos congresos incluyen cuatro ponentes y la sesión de preguntas y respuestas en sólo 50 minutos. Todo ha de ser breve. La vida ha de transcurrir llena de sucesos que se siguen sin respiro, uno detrás de otro, pero sin la calma para esperar el paso siguiente. Es el fin de la paciencia.
Ensayista, psicólogo y economista, es ante todo un crítico de la cultura. Diplomado por el C.G. Jung de Zúrich, su último libro es ‘Erotismo, vanidad, codicia y poder. Las pasiones en la vida contemporánea’, publicado por Turner.