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Juan era un hombre de mediana edad que había vivido una vida solitaria y sin mucho éxito. Era un hombre amable y trabajador, pero tampoco había logrado hacer muchas amistades en su vida. Nunca había estado en una relación significativa y no tenía familia cercana. Era lo que llamamos un pobre tipo solo.
A pesar de esto, Juan seguía adelante con su vida y se esforzaba por ser feliz. Sin embargo, había días en los que se sentía abrumado por la soledad. A menudo se preguntaba si había algo mal con él o si simplemente no tenía suerte en la vida.
Un día, mientras caminaba por la calle, vio a un perro abandonado en un callejón. El perro parecía estar hambriento y asustado, y Juan sintió empatía por él. Decidió llevárselo a casa y cuidarlo.
A partir de ese día, el perro se convirtió en la compañía de Juan. Lo alimentaba y lo llevaba a caminar todas las mañanas. Aunque los vecinos no sabían quién llevaba a quien. De todas formas, poco a poco, Juan comenzó a sentirse menos solo. El perro se convirtió en su mejor amigo y compañero constante.
Todo iba bien hasta que los vecinos vieron a Juan corriendo y ladrándole a la van de la Fedex. Poco después llegó la van del loquero y se lo llevaron a Juan en una camisa de fuerza, dejando al perro solo, y los vecinos juran, riéndose a las carcajadas.
Si ve a una persona sola, háblele antes de que lo haga un perro. Porque hay patógenos oportunistas que frecuentemente invaden cuerpos con defensas comprometidas por enfermedades debilitantes, como la soledad.