
Fuente: https://es.wikipedia.org/
En el edificio de servicios públicos, el aire estaba cargado de cansancio. La gente se arrastraba por los pasillos, perdida entre ventanillas y burocracia, sin saber bien dónde resolverían sus problemas. Yo, como algunos otros, esperaba sentado, resignado a mi turno.
De pronto, una mujer de unos cuarenta años, gafas de cristales muy gruesos y pelo recogido, pasó apurada frente a mí. Llevaba en alto la mano derecha, como saludando a alguien, una de esas tarjetas de identificación. Detrás de ella, un anciano de paso cansado y espalda encorvada, flaco, la seguía preguntando qué había pasado.
Sin prestarle mucha atención, quizás por eso llevaba la tarjeta tan alta, ella respondió con impaciencia: “El chip se murió.”
Él se persignó, musitando un “Que en paz descanse”, y con voz temblorosa inquirió: “¿De qué murió?”
Ella repitió, aún más impaciente: “¡El chip, papá, fue el chip lo que se murió!”
“Pobrecito, ¿cuándo fue?”, lamentó él. Ambos se alejaron por un pasillo y ya no pude oír más la conversación. Pero con el rabillo del ojo, vi al hombre sentado a mi lado sonreír. Aunque la escena tenía algo de trágico, tenía también el carácter altruista de la escena de Pero amamantando a su padre Cimón, condenado a morir de inanición en una prisión.

alfredobehrens@gmail.com