Sala de hospital, 1897—1899
Un señor con aire de agricultor desorientado, de ingresos declinantes, salía de la clínica médica con una receta. Lo interpeló el agente de seguridad con quien el señor aparentemente había mantenido una conversación antes de entrar. El agente era un mozalbete fuerte, de esos con aire de instructor en gimnasios, pero que con gentileza le preguntó qué le habían dicho. Solícito, el señor le mostró la receta y el mozalbete con aire circunspecto, de quien entiende del asunto, inclusive con su mano derecha en su barbilla y asintiendo con la cabeza mientras leía, le dijo que, por los síntomas que le había relatado, eso era lo que él esperaba que le fuesen a recetar. Además, le pregunto si tenía alguna alergia, y lo despachó diciéndole que si en una semana no mejoraba que volviera. El señor le agradeció y se fue.
Al salir yo de la clínica volví a avistar a este mozalbete que escuchaba con paciencia a una señora que le mostraba una pantorrilla en la que yo creí ver un problema de várices bastante serio. Es decir, este mozalbete es visto por los pacientes de la clínica como alguien revestido de legitimidad médica.
Yo mismo, dentro de la clínica, fui recibido por alguien que vestía una túnica blanca y lucía un estetoscopio alrededor de su pescuezo. Es decir, yo creo que fui atendido por alguien merecedor de la legitimidad necesaria para escuchar su opinión médica. Sin embargo, al mozalbete no le habría preguntado mucho más que la hora de funcionamiento de la clínica.
En estos tiempos de fake news, donde uno no sabe ya a quién creerle qué, ¿de dónde saca uno la certeza de quién merece ser escuchado?
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