Henri Rousseau como director de orquesta, s/f
Muchos ignoramos la responsabilidad del director de orquesta. Es el encargado de fraternizar sonoridades, ritmos y armonías. Al mismo tiempo es el encargado de manipular egos y personalidades individuales de la masa orquestal. Ante las adversidades de la música el director debe poseer un vasto conocimiento que le permita indicar con convicción tanto a un instrumentista de cuerda, viento o percusión, observaciones adecuadas en procura de soluciones sonoras.
Aunque la batuta no emite sonido alguno, esta poderosa herramienta sirve de guía visual a los músicos, y a través de su movimiento se pueden percibir gestos que denotan tempo, carácter e incluso sonoridades fortes o suaves. Esta gestualidad permite a los ejecutantes poder emitir sus sonidos juntos. Por el contrario, su uso indebido o no acertado puede descolocar a los miembros de la agrupación, generando un contratiempo mucho mayor que el de la obra a ejecutar.
Aunque el resultado final de un concierto trae consigo frecuentemente momentos de júbilo y emoción, es el director el principal responsable de este objetivo final. Tener la capacidad de poder poner en orden toda una orquesta durante los ensayos previos al concierto y dar valor intelectual y artístico a las notas ejecutadas no es tarea fácil. Crear algo nuevo y no dejarse llevar por anteriores presentaciones siempre resulta ser un reto prometedor.
Esta figura artística termina convirtiéndose en el ejecutante de un instrumento único, la orquesta. Es este hermoso instrumento el encargado de generar estructuras auditivas que pueden convertirse en momentos utópicos que permanecerán incrustados en la memoria eterna de muchos oyentes. Una construcción arquitectónica conformada por bases de notas musicales, edificios de acordes y una ilusión acústica inigualable.
morlesvictor@gmail.com