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Caminando por las soleadas calles de Oporto, vi a un hombre sombrío, encorvado y cubierto por el polvo pálido de las piedras rotas. A primera vista, parecía un simple trabajador agotado, casi mezclándose con el paisaje como una escultura viviente.
Al pasar junto a él, algo hizo detenerme. Sus ojos tenían una profundidad incompatible con su exterior rústico, como un cisne disfrazado de pájaro corriente. El sentimiento persistió y comencé a preguntarme: ¿y si este hombre fuera más de lo que parecía? ¿Y si fuera Zeus, el rey de los dioses, en una de sus famosas escapadas terrenales?
En mi mente se formó la idea: tal vez iba camino de seducir a la bella Leda, eligiendo esta humilde manera de pasar desapercibido. Por muy fantasioso que fuera, no podía deshacerme de este pensamiento. Cada pocos pasos, miraba por encima del hombro, esperando ver al hombre transformarse en un majestuoso cisne.
Pasaron los años y siempre recordé a aquel hombre cubierto de polvo mientras caminaba por la misma calle. Un día, al doblar la esquina, vi dos figuras impresionantes que me hicieron detener: un joven y una mujer de belleza sobrenatural, cuyas risas sonaban como música celestial. Mientras me acercaba, escuché sus nombres: Helen y Pollux.
Mi vieja fantasía resurgió. ¿Serán estos los hijos de Zeus y Leda, frutos de esa seducción divina que yo había imaginado años atrás? Sacudí la cabeza, divertido por mi persistente imaginación. Sin embargo, al pasar junto a ellos, noté una capa de polvo de piedra en sus ropas, un indicio de su linaje.
Continué mi camino, riéndome para mis adentros. Oporto es una ciudad donde la línea entre lo mundano y lo divino es tan delgada como una capa de polvo de piedra, y donde los dioses pueden caminar entre nosotros, ocultos a plena vista.